La voluntad de paz del Eln ha quedado en entredicho una y otra vez. Ahora, cuando ese grupo guerrillero pide retomar los diálogos con el Gobierno Nacional suspendidos hace un mes, hay que cuestionar si su intención es avanzar en unos acuerdos reales que le pongan fin al conflicto armado o si se trata de una nueva táctica dilatoria de la organización ilegal. Colombia no admite más engaños ni manipulaciones en nombre de la paz.
Los actos criminales cometidos por el Ejército de Liberación Nacional luego de la terminación de un año de cese al fuego, entre ellos el atentado contra una base militar en Arauca que provocó la muerte de tres soldados y heridas a 27 personas más, no le dejaron al presidente Gustavo Petro un camino diferente a interrumpir el 18 de septiembre pasado las de por sí frágiles conversaciones iniciadas en noviembre de 2022.
Además de declarar que el ataque cerraba “un proceso de paz con sangre”, el Primer Mandatario y la delegación que lo representa manifestaron que la continuidad del proceso solo podría ser “recuperada con una manifestación inequívoca de la voluntad de paz del Eln”. La comunicación enviada esta semana por la organización armada ilegal en la que ofrece retomar el diálogo, no constituye por sí misma una muestra de esa intención “inequívoca”, por lo que su propuesta no debió ser aceptada sin que las condiciones para reiniciar los diálogos quedaran claramente establecidas.
Alguna lección deberían dejar la veintena de veces que el Estado le ha abierto las puertas en las últimas tres décadas a una negociación con el Eln, todas ellas terminadas en un gran fracaso. Desde la primera mesa instalada en Caracas, pasando por la de Tlaxcala en México, o las de Maguncia en Alemania, Ginebra en Suiza así como las de La Habana, Cuba, ninguna ha avanzado hasta llegar a buen puerto.
Nada indica que ahora será diferente. La historia de los diálogos con el Ejército de Liberación Nacional muestra cómo ese grupo ilegal ha usado las conversaciones para fortalecerse, para reforzar sus acciones criminales, para amedrentar a la población civil y mantener su influencia en los territorios donde hace presencia.
No hay evidencia de ninguna determinación por alcanzar un acuerdo pero sí el propósito de aprovecharse del empeño del presidente Gustavo Petro por lograr lo que él llama la paz total. Una utopía en un país donde hay tantos y tan variados frentes de conflicto, en los que predominan ya no las luchas ideológicas o sociales sino la guerra desatada por los intereses sobre negocios ilícitos como el narcotráfico o la minería ilegal.
El deseo de los colombianos es vivir en una nación tranquila, en la que se respeten la vida, los derechos esenciales y las libertades. Pero ese anhelo no puede llevar a que se le siga el juego al Eln de imponer el ritmo de unos diálogos, como lo ha hecho en los últimos dos años, ni que se convierta a la paz en objeto de burlas de los violentos.