Lo que parecía improbable y lejano se vuelve realidad. Como si el conflicto de Israel con Gaza hubiera sido un detonante, hoy en Oriente Medio se multiplican las confrontaciones, la guerra traspasa fronteras y la amenaza de una conflagración de enormes proporciones se cierne sobre la región, con las consecuencias que ello tiene para el resto del mundo y en particular para Occidente.
La radiografía de lo que sucede no es fácil de entender. La chispa que prendió el fuego inicial fue la violenta incursión de la organización terrorista Hamás a Israel el 7 de octubre pasado, que dejó 1400 muertos, 260 secuestrados -en su mayoría niños, mujeres y ancianos, muchos de los cuales aún permanecen en cautiverio-, vejámenes inimaginables y escenas de terror en las ciudades fronterizas. La respuesta del Estado judío fue una declaración de guerra al grupo extremista palestino, que ha llevado a la destrucción de Gaza y suma ya 25 mil víctimas mortales.
Desde entonces la bola de fuego no ha parado de crecer, han entrado en la confrontación milicias y grupos radicales libaneses como Hizbulá, que atacan con cohetes a Israel y este responde destruyendo su infraestructura. Irán y el régimen shiíta aparecen en escena una y otra vez, alentando la destrucción del pueblo judío, pero sin entrar en la confrontación, mientras desde Yemen los rebeldes hutíes atacan barcos aliados en el Mar Rojo como retaliación al apoyo a Israel, por lo que Estados Unidos y Reino Unido bombardean los territorios controlados por esa facción.
En ese polvorín ahora entran nuevos actores, que nada tienen que ver con el conflicto israelí-palestino, o al menos no directamente. Desde la semana pasada son Irán y Pakistán los que se enfrentan luego de que el régimen shiíta atacará en el vecino país a un grupo terrorista sunita, lo que provocó una respuesta armada pakistaní a organizaciones rebeldes en el sureste iraní que provocó nueve muertos, incluidos cuatro niños. Y para avivar la conflagración, se le atribuye a la Fuerza Aérea de Jordania un bombardeo en Siria, con saldo trágico de diez víctimas mortales.
Arde Oriente Medio, luego de años de estancamiento de sus múltiples conflictos, de una tensa calma entre pueblos como el kurdo, el chiíta y el sunita, que por décadas se han enfrentado por asuntos religiosos, culturales, políticos o territoriales, y de un receso en guerras civiles como las de Yemen o Siria. El detonante que parecer haber despertado a esos monstruos dormidos es la guerra entre Israel y Hamás, que les ha dado alas a quienes quieren imponer su hegemonía en la región o acabar con el pueblo judío.
Así, la comunidad internacional, y en particular Occidente, ya no solo tendrá que intermediar para tratar de ponerle fin al conflicto en Gaza e interceder para que se llegue a un acuerdo que permita la creación del Estado Palestino y dos pueblos unidos por la historia convivan en paz. Ahora deberá estar pendiente de lo que suceda alrededor, haciendo todos los esfuerzos diplomáticos para evitar que el Oriente Medio estalle en una o varias guerras, con las repercusiones geopolíticas y económicas globales que ello conllevaría.