Cerca de cien personas asesinadas y más de ciento cincuenta heridos es el saldo que hasta ahora deja el atentado terrorista en las puertas del aeropuerto de Kabul, donde se produce la salida de los funcionarios, aliados y empleados de la coalición de Occidente que por veinte años estuvo en Afganistán. Es el caos producto de la llegada súbita y desordenada de los talibanes, consecuencia a su vez de la estampida de un gobierno que se suponía con capacidad para contenerlos.
Las escenas son dantescas: miles de personas quedaron atrapadas en los sitios donde explotaron las bombas de los terroristas suicidas. Hombres, mujeres, niños que rogaban porque les dejaran abordar los aviones que les permitirían salir de su país, fueron el blanco del terrorismo, que además fue acompañado por el fuego de los asesinos y la respuesta de los soldados de Estados Unidos, doce de los cuales murieron y trece más quedaron heridos.
Fue un atentado anunciado con suficiente antelación por los comandantes estadounidenses y los representantes de otros gobiernos empeñados en la apresurada evacuación que hasta ayer había sacado a cien mil personas. No obstante, el caos que se presenta en los alrededores del aeropuerto, alimentado por la posición de los talibanes quienes afirman que el ataque se presentó en una zona protegida por los militares estadounidenses, hizo posible que esa amenaza se convirtiera en realidad.
Según reconocen tanto los Estados Unidos como los voceros del régimen, el crimen fue perpetrado por el Estado Islámico Khorasan, grupo enemigo del Talibán, lo que da a entender lo que de verdad se está cocinando en Afganistán. Es una guerra de musulmanes contra musulmanes, y el terrorismo que ocasionó la invasión de hace veinte años. Una anarquía que está produciendo confrontaciones en varias provincias, en la cual mueren personas desarmadas, atrapadas en la disputa por el control de esa nación.
Y según el comandante estadounidense de la evacuación, todavía se esperan más atentados, mientras el presidente Joseph Biden anuncia que la operación continuará y los Estados Unidos responderán los ataques que se produjeron ayer. Por encima de todo es notoria la impotencia para contener lo que ya se anticipa en Afganistán.
Es el regreso del terrorismo surgido del radicalismo islámico, el mismo que en el 2001 originó el ataque a los Estados Unidos y la invasión a Afganistán que autorizó la ONU y ejecutaron las fuerzas del Tratado del Atlántico Norte. Ahora, los sobrevivientes de Al Qaeda, así como los integrantes del Estado Islámico tendrán de nuevo el espacio suficiente para desatar su odio contra Occidente, y para sojuzgar a los musulmanes que no aceptan sus métodos criminales.
La gran inquietud es si Afganistán podrá superar la anarquía que lo consume. Y si el movimiento Talibán podrá derrotar a sus enemigos internos y contener esa oleada de terror que, a no dudarlo, desencadenará una respuesta de la comunidad internacional amenazada de nuevo por la insensatez, el oscurantismo y el odio del extremismo y el terrorismo justificados con el Corán en la mano.