Hoy ya no es posible pensar que solo el espíritu deportivo mueve los torneos y competencias en el mundo. Su profunda implicación en los negocios quedó demostrada con la reticencia a suspender los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, que debían realizarse entre junio y julio próximos. Al final a sus organizadores no les quedó otra alternativa que aplazarlos hasta el año que viene, a la espera de ver si se logra superar la crisis en la que el Covid-19 ha sumido al planeta.
Al Comité Olímpico Internacional le tomó mucho tiempo llegar a esa decisión, que no era nada fácil se tiene en cuenta que desde que el deporte se volvió un espectáculo altamente rentable, priman los compromisos publicitarios y económicos. La cuestión es que era imposible desconocer por más tiempo la realidad de la emergencia actual causada por el coronavirus, que obligó a los deportistas a paralizar, algunos desde hace dos meses y a la mayoría en las semanas recientes, su preparación para las justas que se realizarían en Japón, tal como lo hicieron saber en su momento.
Pero los dirigentes se empeñaron en mantener la convocatoria, así fuera cada vez más imposible pensar en la realización de los Juegos. Ni siquiera midieron la posibilidad de contagio que significaría tener reunidos a 11.000 deportistas de 206 países, más sus delegaciones, más el público, o la eventualidad de que la participación y la audiencia se redujera a su mínima expresión precisamente por el riesgo que implicaba la asistencia.
Al fin primó la cordura y los Olímpicos de Tokio fueron aplazados, como se ha hecho con los campeonatos de fútbol en los diferentes continentes, las eliminatorias al Mundial de Catar, las carreras internacionales de ciclismo, la Fórmula 1 o el GP de Motociclismo. El impacto económico que tendrán esas decisiones, impostergables frente a la pandemia que ya ataca a todo el mundo, se esparce a una velocidad vertiginosa y tiene a las dos terceras partes de la humanidad confinadas mientras pasa la cuarenta que podría durar meses, será incalculable para el deporte profesional.
El que más lo sentirá será el fútbol mundial, que es el rey de la televisión, mueve cifras astronómicas y que hoy, por cuenta del coronavirus, no produce un solo peso. Los clubes deben estar preguntándose quién o cómo pagará los sueldos siderales de las estrellas internacionales, duda que también tendrán los integrantes de los equipos colombianos, en su mayoría sumidos en una depresión económica que lleva años afectándolos.
Así como sucede en los diferentes sectores de la economía, con los sistemas de salud o en el común de la población, al deporte también lo embargan la incertidumbre y el temor por cuenta del Covid-19. La esperanza es que la pandemia desacelere su carrera veloz en los próximos meses, poco a poco el mundo comience a recobrar la tranquilidad y retorne la estabilidad. Lo que pase de ahí en adelante, el impacto que tendrá para el negocio del deporte y si volverá a ser lo que era hoy, está por verse.