‘El gran artista colombiano’, ‘uno de los artistas más reconocidos del mundo’, ‘el artista de imágenes rotundas y caprichosas’, ‘el colombiano más universal’. Los titulares de prensa que circularon ayer, cuando se conoció la noticia de su muerte, a los 91 años de edad, dan cuenta de la grandeza del maestro Fernando Botero, de la inmensidad de su legado y de su altruismo innato, que se diseminó por todos los rincones del Planeta.
Botero es, sin duda, el artista plástico colombiano más importante y con mayor reconocimiento de todos los tiempos. Sus esculturas de tamaño descomunal y sus imponentes cuadros, en los que reflejó sus pasiones, su propia vida, sus tragedias o aquellos aspectos de la cotidianidad que más le impactaban, no solo permanecen expuestos en los más prestigiosos museos del mundo o hacen parte de colecciones privadas de arte.
Sus obras se encuentran por igual en las plazas centrales, en los paseos peatonales o en las calles de decenas de ciudades de igual número de naciones, a las que él mismo las donó o que fueron adquiridas para perpetuarlas en el tiempo. Ahí están para la posteridad las 20 esculturas que adornan la Plaza Botero en su natal Medellín; las que se encuentran en Bogotá, Madrid o Barcelona; o aquellas que se imponen en avenidas de Buenos Aires, Lisboa, Nueva York o el principado de Liechtenstein.
Y están las de su amada Pietrasanta, en la Toscana italiana, donde de la mano de los artesanos locales de las funderías, les dio vida a la mayoría de sus gigantes monumentales en bronce que luego viajaron por el mundo. Ahí es donde está el que consideraba su hogar, en la ‘vía della roca’; ahí, donde se guardan celosamente los modelos de sus obras. Ese lugar, en el que se sentía libre, fue el que le permitió realizar su sueño de pintar los frescos de una iglesia, a su estilo, sin cortapisas.
A Botero se le recordará siempre como el artista colombiano que impresionó al mundo con sus figuras voluminosas, que no ‘gordas’ como unos cuantos desconocedores las llamaban. Pero también como el hombre tranquilo que superó las peores vicisitudes de la vida y encontró en el arte la mejor manera de lidiar con ellas; o como el ser sincero y generoso que no dudó en donar sus obras para que fueran contempladas, disfrutadas y admiradas por quien se topara con ellas.
Ayer se fue, como bien lo registraron los medios locales, nacionales e internacionales, un gran artista, uno de los más importantes de Latinoamérica y entre los más reconocidos del mundo moderno. Por ello, no solo se llora en Colombia, su país natal; también lamentan su partida en Italia, que lo acogió como un hijo más y donde por decisión propia reposarán sus restos mortales, así como en cada nación que hoy exhibe con orgullo sus obras.
Fernando Botero ya tiene, y más que merecido, un sitial privilegiado en la historia del arte universal. Su legado permanecerá en cada una de sus obras, que hoy se perpetúan en los museos, en las salas privadas y en los espacios exteriores para que sean admiradas por todos y a través de los tiempos.