El huracán Iota, responsable de la tragedia que vive el archipiélago de San Andrés, es el ejemplo de cómo los fenómenos naturales se están volviendo más frecuentes, inclementes y con comportamientos impredecibles. Es el cambio climático.
Lo que empezó el viernes de la semana anterior como una tormenta tropical, usual en esta época del año, se convirtió en cuestión de dos días en un huracán de categoría 2, peligroso pero no con la letalidad de los más poderosos. Todo cambió el lunes cuando Iota pasó en apenas unas horas a categoría 4 para llegar minutos después a 5, la máxima que señala la escala Saffir Simpson, que los clasifica según la velocidad de sus vientos. Nadie lo pudo prever, ni siquiera los meteorólogos, que se muestran sorprendidos porque es la primera vez que ven esa rápida transformación en un ciclón atmosférico.
Sobre la devastación que causó en San Andrés, Providencia, Santa Catalina y Centroamérica, ya se sabe todo. El porqué por primera vez nuestro archipiélago se enfrenta a dos huracanes en menos de dos semanas -el primero fue el coletazo ETA quince días antes- tiene explicación en la mayor calidez de sus mares. Ese calentamiento es el caldo de cultivo para los ciclones tropicales tanto para su formación como para la potencia que adquieren.
El aumento de la temperatura global es la misma razón por la cual en la primera década del Siglo XXI los fenómenos climatológicos crecieron en un 77% y desde el 2010 a hoy el incremento sea del 83%, según un reporte presentado esta semana por la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y la Media Luna Roja. Si el año anterior se presentaron 308 desastres provocados por eventos de la naturaleza como inundaciones, deslizamientos, terremotos, incendios y tormentas, que provocaron la muerte de 24.400 personas, entre enero y septiembre de este año se contabilizaron 100 de ellos y 50 millones de seres humanos afectados.
Esa es la respuesta de la naturaleza al 1,1 grados centígrados de más calor que tiene el planeta si se compara con las temperaturas de la era preindustrial. Así parezca poco, las consecuencias son nefastas en el medio ambiente, como por ejemplo que el nivel del mar crezca 3,3 milímetros por año, es decir un metro cada 30 años, o que cientos de especies no logren adaptarse a ese mayor calor y terminen desapareciendo. Por eso Colombia padece con más frecuencia y fuerza fenómenos como El Niño y La Niña, por los cuales se dan los ciclos de sequía o de lluvias extremas.
Es la realidad que obliga a recabar en la responsabilidad de la humanidad en ese cambio climático, que hoy tiene al mundo padeciendo por las tragedias del medio ambiente, incluida esta del Covid-19 que tiene relación directa con la intervención indebida de las personas en la naturaleza. Si los habitantes de la Tierra se sienten bajo amenaza, si los colombianos saben que otro huracán puede pasar sobre su territorio en unas semanas o el próximo año devastando como lo hizo Iota, solo deben imaginar lo que les espera en los próximos 10 o 20 años, para no ir tan lejos.
¿Servirá esa reflexión para generar la reacción en masa que se necesita si se quiere detener el que es, sin duda, el problema más grave que afronta la población global? Ojalá así sea.