Cada versión del Petronio Álvarez es un reencuentro con las raíces, con esa cultura que une lazos a través del litoral, con el orgullo de la raza, con los saberes que se han pasado de generación y, por supuesto, con la música. Ver en lo que 28 años después de su primera versión se ha convertido el Festival debe llenar de orgullo a quienes se empeñaron en abrirle un espacio a las expresiones culturales del Pacífico colombiano.
Ayer se dio la nota de arranque del Festival de Música del Pacífico ‘Petronio Álvarez’, que tuvo como abrebocas, el pasado fin de semana, al ‘Petronito’. Es tal vez la fiesta más esperada por los caleños, que se convierten en los mejores anfitriones, y de miles de visitantes que se programan cada año por esta época para gozar de esa celebración que le hace homenaje a la historia, a una cultura alegre, ‘cantaora y bailaora’, llena de colores, que huele a cocina ancestral y sabe a Viche.
La persistencia y dedicación de Germán Patiño Ossa, precursor del Festival, hoy rinden sus réditos. Imposible no hacerle el homenaje que se merece a quien se empeñó, primero como gerente cultural del Valle y luego como secretario de Cultura del Departamento, en abrir un espacio para recordar a Patricio Romano Petronio Álvarez Quintero, el músico que nunca estudió música, el poeta que fue notario, el que hizo famosa a ‘Mi Buenaventura’, el currulao dedicado a la tierra y al mar que lo vieron nacer.Y qué mejor, pensó Patiño Ossa por allá en la languidez del Siglo XX, que premiando a los grupos musicales, a las cantaoras y cantadores, que continuaron el legado de Petronio. Así fue como el 6 de agosto de 1997, en el Paseo Bolívar de Cali, a las 6:00 p.m. -como lo narró la Gaceta de El País- se empezó a escribir la historia del Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez. La competencia musical se realizó en el Teatro al Aire Libre los Cristales, donde se presentaron 33 agrupaciones del Litoral colombiano y del Ecuador.
Así han pasado 28 versiones del Petronio, la más reciente la que empezó anoche en la capital del Valle. Junto a las chirimías, a las marimbas, a los cununos y a los violines caucanos, así como a la cadencia de las voces que cantan las historias de las comunidades negras mientras arrullan o levantan el ánimo, ahora también es posible oler las hierbas de azotea que les dan sazón a un encocado de jaiba o al arroz con piangüa. O deleitarse con ese destello de colores que rememoran lo que encierran el mar, la selva o el sol del Pacífico.
La misión que se trazaron Germán Patiño y quienes lo acompañaron en esa gesta, está cumplida. Ya el Petronio Álvarez se defiende solo y tiene asegurada su continuidad a futuro porque así lo esperan quienes cada año compiten para tener un lugar en esta fiesta Pacífica y aquellos que durante cuatro días intensos se lo gozan, lo cantan, lo bailan, se deleitan con sus sabores y disfrutan de los saberes ancestrales.
Es, sin duda, el mejor abrebocas para la COP16, la cumbre de la biodiversidad, que se avecina.