En un abierto desafío a las políticas represivas chinas, dos millones de habitantes de Hong Kong salieron ayer de nuevo a las calles para expresar su respaldo a las protestas antigubernamentales que sacuden a esta isla desde hace dos meses.

La rebeldía tiene su explicación. La isla pertenece a China, pero tiene su propia moneda, sistema político e identidad cultural. Este territorio fue una colonia británica durante más de 150 años, hasta que fue devuelta a China en 1997. Históricamente ha sido un refugio de perseguidos políticos.

La guerra civil entre nacionalistas y comunistas en China trajo oleadas de personas que se refugiaron en el territorio antes y después de la victoria comunista de 1949. De hecho, la Ley Básica de Hong Kong garantiza derechos que no están disponibles en el territorio continental como la posibilidad de protestar, el derecho de reunión, a la prensa libre y la libertad de expresión. Después de la devolución británica, el Gobierno comunista se comprometió a salvaguardar estos derechos, pero aumentan los temores sobre su intención de reinterpretar la Ley Básica.

Esas libertades son las que el pueblo está defendiendo en la calle. Inicialmente las protestas comenzaron como un rechazo a un proyecto que autorizaría la extradición de criminales a China. Esto fue interpretado como una treta para en un futuro cercano apresar opositores al régimen comunista y a socavar la independencia que ha tenido la isla en relación con el Gobierno de Beijing.

La marcha de las sombrillas se ha ido transformando en un movimiento mucho más grande que se ha tomado la sede de gobierno y hasta el aeropuerto, uno de los más activos de Asia, con el propósito de que el mensaje llegue a la comunidad internacional. Los manifestantes también exigen mayor democracia, protección del carácter independiente de Hong Kong y una investigación sobre la violenta represión de la policía durante las protestas en las que han detenido a 700 personas.

El temor ahora es cómo responderá un régimen comunista, controlador y represivo como el chino, que ha dado reiteradas muestras de poco respeto a la protesta y los derechos humanos. Los medios de comunicación controlados por el Partido Comunista llevan semanas exacerbando una intervención del poder central que ponga fin a lo que el Diario del Pueblo calificó como “atrocidades terroristas”.

La creciente tensión se ha incrementado ante las declaraciones cada vez más fuertes que provienen de Beijing y el envío a la cercana ciudad de Shenzhen de 12.000 soldados. Los uniformados han sido grabados en video haciendo ejercicios militares, lo que ha sido considerado como una táctica de guerra sicológica y una estrategia para intimidar a los manifestantes.

La comunidad internacional muy enérgica en ciertas situaciones, esta vez ha sido tibia en el respaldo al pueblo hongkonés. Trump se ha limitado a un trino en el que pide calma, mientras algunos parlamentarios británicos advirtieron su preocupación por la situación. Mientras tanto el temor es que el régimen chino parece listo a pasar de la retórica a una intervención de fuerza.