A medida que pasan los días se conoce la magnitud de la tragedia que vive España por el paso de una dana, es decir un frente frío que lleva consigo intensas lluvias. El número de muertos superó ayer los 200, hay decenas de desaparecidos, mientras los daños materiales son incalculables. Además de convocar a la solidaridad, este desastre natural llama de nuevo a la reflexión sobre el impacto de las acciones humanas sobre el medio ambiente.

Las imágenes de las devastaciones se siguen sucediendo desde el pasado miércoles 30 de octubre, cuando torrenciales aguaceros impactaron varias regiones del país europeo, en especial a la provincia de Valencia, en la costa este, sobre el mar Mediterráneo. Pilas de carros unos encima de otros, casas destruidas, ciudades enteras bajo el agua y las miradas desoladas de quienes sobrevivieron, pero perdieron a alguien cercano o su hogar así como de los rescatistas que buscan en medio del barro y los escombros, inundan aún las páginas de los medios de comunicación.

Mientras se descubren los estragos reales de esta catástrofe, las autoridades están en la mira pública. Los españoles se preguntan si se pudo evitar el desastre, si las alertas tempranas fallaron o si no hay un sistema de prevención que permita anticiparse, más en estos tiempos de avances tecnológicos y de acceso al conocimiento, a los posibles efectos de los fenómenos naturales.

Las danas, o frentes fríos que ocasionan precipitaciones excesivas, son frecuentes por esta época en España, sin embargo, son pocas las ocasiones en que llegan con tanta intensidad. Ahora esos ciclos están cambiando, los eventos de la naturaleza parecen multiplicarse y ganar fuerza, mientras se hacen impredecibles. Sucede por igual con los huracanes en América o los ciclones en Asia; con El Niño y La Niña que tanto afectan a Colombia; con las sequías o las temporadas de lluvias en cualquier parte del mundo.

El planeta parece estarle hablando a la Humanidad y esta se mantiene sorda frente a los llamados de la naturaleza. El cambio climático es una realidad, así algunos insistan en negarlo, y la responsabilidad recae principalmente en la gente. Como también es de su competencia la devastación progresiva de los ecosistemas, la pérdida de la biodiversidad, la depredación imparable de los recursos que provee la Tierra.

Hoy, sin duda, hay una mayor conciencia sobre los efectos que tienen esas acciones humanas sobre el medio ambiente y sobre las especies que habitan el mundo. Y se deben reconocer los esfuerzos internacionales para que los países se pongan de acuerdo y concreten sus propios planes para mitigar las consecuencias del deterioro al que han sometido al planeta. La cumbre mundial sobre biodiversidad, COP16, que concluyó ayer en Cali, es ejemplo de que sí hay un interés real por encontrar soluciones.

Pero como lo demuestran la tragedia que enluta hoy a España, las catástrofes provocadas en el continente americano por la sucesión de huracanes o las temperaturas extremas de los últimos años, los esfuerzos no están dando resultados. La solidaridad debe volcarse sobre quienes hoy padecen por la dana en la península ibérica, pero sobre todo hay que comprender que sin las acciones debidas, las tragedias seguirán sucediéndose y la humanidad se mantendrá en riesgo permanente.