La pandemia del Covid-19 le significó al mundo asumir el mayor reto en salud de la historia reciente de la Humanidad. En una carrera contra el tiempo, la ciencia y la tecnología debieron unirse para encontrar una respuesta inmediata, que permitiera salvar la mayor cantidad de vidas posible. Por ello, utilizar como instrumento político las vacunas creadas en medio de la emergencia solo puede ser rechazado por la opinión pública.
El discurso pronunciado por el Ministro de Salud de Colombia esta semana durante el debate de la reforma del sector que se adelanta en la Cámara de Representantes, no pudo ser más desafortunado. Además de asegurar que “toda la nueva tecnología y todas las vacunas -contra el Covid-19- entraron aquí sin permiso”, Guillermo Jaramillo, el jefe de esa cartera, se atrevió a decir que “fuimos y nos convertimos en un experimento, todos los colombianos que están vacunados sirvieron para el más grande experimento que se haya hecho en la historia de la humanidad”.
No satisfecho con la crítica feroz hacia la que, sin duda, fue la salvación para miles de millones de personas, aprovechó el momento ante el Congreso de la República para salir con otro sinsentido, en un intento de presionar el debate a favor de la reforma en plenaria de la Cámara. “No podemos seguir experimentando con la comunidad colombiana, y menos con los indígenas, con los negros, y los más pobres del país, con los campesinos”, dijo el ministro Jaramillo.
Si bien tras la polémica y las críticas, el funcionario emitió un comunicado aclarando su posición y negando ser antivacunas, es inaceptable el uso político que le dio a la tragedia mundial. La rápida respuesta de la comunidad científica y farmacéutica en el desarrollo de las vacunas contra el coronavirus más letal conocido hasta la fecha, fue fundamental para evitar un mayor número de muertes.
También se debe reconocer el manejo que se le dio a la pandemia a nivel nacional, tanto desde el Gobierno Central como desde la mayoría de secretarías de salud municipales y departamentales. En medio del caos que se vivió, fue posible importar las diferentes vacunas creadas en distintos laboratorios, distribuirlas por todo el territorio patrio e inmunizar a la gran mayoría de los 50 millones de colombianos.
El Covid-19 deja hasta ahora un saldo de siete millones de muertos en el mundo, entre ellos 143.000 ocurridos en Colombia. La tragedia hubiese sido infinitamente mayor sin las vacunas, aún con los riesgos que pudo implicar su rápido desarrollo. Y si bien la pandemia como tal ya finalizó, aún se presentan miles de casos y decenas de fallecidos cada semana.
Pretender crear un manto de dudas sobre la efectividad de las vacunas anticovid, que aún se siguen usando para salvar vidas, y hacer declaraciones irresponsables que pueden generar pánico, no le va bien a quien está a la cabeza del Ministerio de Salud. Mucho menos aceptable es que instrumentalice la pandemia para empujar una reforma tan criticada, que de aprobarse tal como está puede poner en riesgo la prestación de un servicio esencial para los ciudadanos.