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ARMADA NACIONAL

50 años del Buque Gloria, así es esta embajada flotante

Este año el Buque Escuela A.R.C Gloria cumplió 50 años de estar navegando por los siete mares del mundo y llevando una parte de nuestra patria a quienes viven lejos de casa. Historia.

13 de diciembre de 2018 Por:  Anderson Zapata R.  / Reportero de El País
El Buque Gloria es la embarcación más famosa del país. | Foto: Fotos: Andrés Mauricio López.

Durante sus cincuenta años el Buque Escuela A.R.C Gloria ha navegado 827.808 millas -1 milla equivale a 1.6 kilómetros- durante 8822 días, es decir, 24 años y medio de navegación.

Ha visitado 190 puertos en 77 países, ha cruzado 12 veces el meridiano 180°, la línea ecuatorial 44 veces y el meridiano 0° en 39 oportunidades. Además, le ha dado la vuelta al mundo dos veces, una en el año 1970 y otra en 1997.

Para conmemorar el aniversario de esta joya de la Armada de Colombia, Villegas Editores publicó recientemente un libro de 176 páginas con fotografías impecables de Andrés López y textos de la periodista Adriana Llano, donde cuentan detalles sobre cómo se inició la construcción del buque, por qué se llama Gloria, revela datos de navegación poco conocidos y explica cuántas toneladas de alimento y combustible necesita el barco para surcar los mares durante 60 días seguidos.

“El buque es una escuela donde viven jóvenes llenos de ilusiones. Son muchachos que están en su proceso de formación y son los mejores embajadores del país. El Buque Gloria es un embajador flotante de buena voluntad y expone, en los destinos adonde llega, nuestras tradiciones folclóricas y culturales. La idea de publicar este libro es mostrar las historias bonitas que ocurren a bordo”, cuenta Adriana Llano, quien afirma que en su proceso de investigación consultó a más de 80 fuentes, entre almirantes y capitanes, que han navegado en el Gloria, un barco que está lleno de historias. 

Una de las más recordadas es la que le contó el hoy Almirante Ernesto Durán González, a quien en 1983, siendo cadete, le tocó vivir el tifón Margie, mientras el velero cubría la ruta de Osaka, Japón a San Diego, Estados Unidos.

Esta ha sido la navegación más riesgosa que el Buque Gloria ha tenido en sus cinco décadas de vida. “Del tifón recuerdo muchas cosas. Tatuada quedó la imagen de liderazgo, entereza y carácter del comandante, capitán del navío Álvaro Campos Castañeda (QEPD), quien durante dos días estuvo en el puente de mando, sin bajar, agarrado a un pasamanos, dando órdenes y gobernando el buque”, le cuenta el Almirante Ernesto Durán Gónzalez a Adriana, y agrega: “En la mitad del Pacífico las velas se desplegaron solas por la furia del viento y hubo que romperlas con tiros de fusil, el buque sufrió inclinaciones laterales de más de 50 grados. Pero la tripulación era ducha, llevaban siete meses juntos y juntos capeaban la situación”.

Esa furia del mar también la pudo sentir el fotógrafo Andrés Mauricio López, quien para poder hacer el libro sobre los cincuenta años del Buque Gloria, se embarcó por más de un mes en el navío, en un viaje desde Portugal hasta Cartagena.

“Recuerdo que uno de los momentos más fuertes de la navegación fue cuando salimos de Portugal hacia las Islas Canarias. Allí el buque fue azotado por el mar y el viento. Regularmente los buques veleros navegan escorados, es decir, inclinados, y eso es lo más difícil de aprender a manejar, pues el centro de gravedad siempre se debe compensar y los pies se deben mantener inclinados para poder sentir que uno está parado en línea vertical. Los chicos que están en el velero se convierten en unos maestros caminando de esa forma. Fue una delicia verlos caminar como si estuvieran adheridos a una plataforma inclinada”, relata Mauricio.

“El Gloria es un mundo en movimiento donde hasta para bañarse hay que saber mantener el equilibrio para no caerse, permanecer debajo de la ducha y hacerlo bien y rápidamente. El capellán debe sostener casi permanentemente el cáliz durante la Eucaristía, y los cocineros, en algo tan sencillo como hacer una sopa, deben poner todo el equilibrio y la concentración de su parte”, cuenta en el libro el popular Blacho, cuyo nombre de pila es Blas Gaviria González.

“Puedo decir que durante el mes que navegué fue una de las cosas más emocionantes que he vivido. Ver el buque navegando con todas sus velas desplegadas (23) fue  algo impactante. Además, tuve la oportunidad de salirme para  hacer algunas fotografías, pues utilizamos un bote inflable llamado Sodiac, y vimos el barco como pocas personas han tenido la oportunidad de verlo. También se hicieron fotografías aéreas desde un dron, actividad que fue toda una proeza porque despegar un aparato de estos desde un bote, que tiene cuatro metros cuadrados, es simple, el problema era aterrizarlo”, cuenta Andrés Mauricio, diseñador visual de la Universidad de Caldas, con énfasis en fotografía.


Para este apasionado por la imagen, “el viaje en el Gloria, que ocurrió el año pasado, fue un mes de conocimiento y de entregarse a una experiencia completamente nueva. La tripulación me contaba y me transmitía sus conocimientos. Yo me encontraba siempre expectante de lo que estaba sucediendo y cada actividad era novedosa para mí. El buque todo el tiempo está vivo, es como una ciudad que se encuentra activa a toda hora porque siempre hay actividades”.

Y sí que es una ciudad. “Cuando el buque zarpa lleva en su panza, además de 115 toneladas de combustible, 10 toneladas de carne de diferentes tipos; tres toneladas de víveres frescos; 16 toneladas de víveres secos; 45 toneladas de agua potable; café por doquier; dulces típicos y papas criollas. El corazón del Gloria está ubicado en el cuarto de máquinas, donde operan dos desalinizadoras que surten de agua  a la tripulación, ya que los tanques de almacenamiento, cuya capacidad es de 16.000 galones, no dan abasto”, escribe Adriana en el libro.

Durante el mes en que Mauricio estuvo a bordo, calcula haber tomado cerca de 4000 fotografías en todos los rincones del barco.

“La dinámica del Buque Gloria me permitió estar con distintas personas y en diversas actividades. Mis fotografías no son centradas en una sola actividad y hasta por la cocina pasé. En este lugar quise ver cómo la gente hace para preparar alimentos deliciosos, pues si algo tiene el buque es que la gente más importante a bordo de él es la encargada de preparar los alimentos, pues después de una semana de estar en alta mar en un espacio pequeño, uno necesita sentir que lo están consintiendo y que está bien alimentado”.

En el Gloria los cadetes reciben sus clases en el rancho general, un salón de 10 metros por 15, que en las noches se transforma en dormitorio, con decenas de hamacas que se descuelgan desde el techo, adonde van a parar las mesas y el tablero. El Capitán Ricardo Alberto Rosero Erazo, quien fue comandante del Buque Gloria en 1987, le contó a la periodista Adriana Llano durante la investigación que ella realizó, que lo más duro para los cadetes es cumplir con el pénsum académico en un lugar que se mueve día y noche.

Eso sí, los cadetes se vuelven expertos en hacer nudos con los cabos (cuerdas).

“Durante el viaje sentí un poco de nostalgia porque sabía que esa experiencia en un momento se iba a terminar. Cuando las personas me preguntaban en el barco qué sentía, siempre me refería a lo mismo, y es que yo lo vivía de una manera diferente porque sabía que era un pasajero. Quería abrir los poros y vivirlo con toda la intensidad posible. Para los marineros estar en el buque era otra historia diferente porque para ellos esto significa su vida”, afirma Andrés Mauricio, y agrega:
“A los marineros siempre los voy a ver con el mayor respeto porque hacen una labor increíble, pues estar lejos de casa y extrañando a sus familias es algo muy difícil. Además, navegar en un barco es una actividad de riesgo”.

Con su voz pausada, Mauricio reconoce que “el mayor aprendizaje durante su mes a bordo del Gloria fue ver a estos jóvenes marinos llevar con todo el amor y el gusto, un pedacito de Colombia y de patria a todos los puertos que visitan, donde siempre hay colombianos. Ellos llevan a Colombia a diferentes lugares para emocionar a la gente y acercarlos a su país. Es un gran regalo”.

Por su parte, la escritora Adriana Llano confiesa que de todo el ejercicio lo que más le llamó la atención fue que el Buque Gloria “siga siendo el mejor embajador que tenemos en una Colombia como la nuestra, que se encuentra absolutamente polarizada. Esta embarcación despierta amor y cuando llega a un puerto la gente se vuelca a recibirlo. El barco es como la Selección Colombia, uno puede que no sepa nada de fútbol, pero cuando juega la Selección en el Mundial todos nos volvemos técnicos y la queremos. Con el Gloria pasa lo mismo. Pocas cosas en nuestro país logran lo que el buque  logra en nosotros los colombianos. Es una embajada flotante”.

Según los archivos históricos, que el Gloria sea un velero fue intencional, pues la Armada Nacional prefirió el velero al buque de guerra para formar oficiales y suboficiales porque este tipo de nave permite que, en una época de mucha tecnología, los alumnos de la Escuela Naval de Cadetes conozcan de principio a fin los inicios de la navegación astronómica.

Aunque muchos se sorprendan, el Buque Gloria, a pesar de llevar por los mares el nombre de una mujer, no tuvo tripulantes femeninas hasta el año 1999. Su construcción fue gracias a un pacto entre el Ministro de Defensa Nacional de la época, general Gabriel Revéiz Pizarro y el entonces Vicealmirante Orlando Lemaitre Torres, comandante de la Armada, quienes se propusieron crear un buque para fortalecer la formación de los marineros de Colombia

.Con el decreto 111 de enero de 1966 el Gobierno autorizó la compra del buque escuela y el 6 de octubre se firmó el contrato con la Sociedad de Construcción Naval Española, con sede en Bilbao”, explica Adriana en el libro, y aclara que el general Gabriel Revéiz Pizarro murió antes de ver navegar al buque escuela, que lleva en su honor el nombre de su amada esposa, Gloria Zawadzky.

A las 5:30 p.m. del 7 de septiembre de 1968, en el muelle del canal de Deusto, tuvo lugar la ceremonia de afirmación del pabellón nacional en el buque. Luego, el 9 de octubre el Gloria zarpó por primera vez y casi un mes después, llegaría por primera ocasión a Cartagena, ciudad que ha sido su casa durante estos cincuenta años de travesías en los que 44 comandantes han estado frente a su timón.

Pasarán los años y el Gloria, con sus 76 metros de eslora (longitud de una embarcación desde la proa a la popa) seguirá dejando en alto el nombre de Colombia por los siete mares del mundo.

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