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Marcelo Luján es un escritor argentino afincado en Madrid desde 2001. En 2016 recibió el Premio Dashiel Hammett por su novela ‘Subsuelo’. Con el libro de cuentos ‘La claridad’, recibió el VI Premio Ribera del Duero. | Foto: Foto: Especial para Gaceta

LITERATURA

Diálogo con Marcelo Luján, cuentista argentino ganador del Premio Ribera del Duero

Con el libro de cuentos ‘La claridad’, el escritor argentino Marcelo Luján, radicado hace 20 años en España, recibió el Premio Ribera del Duero. Diálogo sobre literaturas mestizas y escritores híbridos.

10 de agosto de 2020 Por:  Pablo Concha, especial para Gaceta

El jurado del VI Premio Ribera del Duero, del que formaron parte los escritores Óscar Esquivias, Clara Obligado y presidido por Fernando Aramburu, premió al libro ‘La claridad’ de Marcelo Luján, por unanimidad, y resaltó la minuciosidad en narrativa y la mirada perturbadora de su autor, proyectadas en un libro muy persuasivo que pone de manifiesto un cuestionamiento del idioma y una poética del desarraigo. Los seis cuentos que constituyen ‘La claridad’, publicado por la editorial Páginas de Espuma y que pronto estará en las librerías colombianas, anuncian todo lo que deseamos y no alcanzamos, los miedos y los arrebatos, el amor y la traición y los pequeñísimos instantes de dicha.

Sobre la obra ha dicho Fernando Aramburu, uno de los jurados del concurso: “Estos cinco cuentos de Marcelo Luján, de factura impecable, invitan a una experiencia de lectura no exenta de una gustosa perversión, al inquietarnos con unas historias que dentro de la literatura resultan placenteras, intensas, fascinantes, mientras que trasladadas a nuestra vida serían para echarse a correr”.

Vale destacar que entre los cinco finalistas del premio además de Luján estaban los escritores Magela Baudoin, Patricia Esteban Erlés, Mónica Ojeda y Ricardo Menéndez Salmón. En anteriores ediciones se reconoció a la argentina Samanta Schweblin, los mexicanos Guadalupe Nettel y Antonio Ortuño y los españoles Marcos Giralt Torrente y Javier Sáez de Ibarra.

Marcelo Luján (Buenos Aires, 1973) se radicó a principios de 2001 en Madrid, donde en la actualidad trabaja como coordinador de actividades culturales y talleres de creación literaria. Ha publicado los libros de cuentos ‘Flores para Irene’ (Premio Santa Cruz de Tenerife 2003), ‘En algún cielo’ (Premio Ciudad de Alcalá de Narrativa 2006) y ‘El desvío (Premio Kutxa Ciudad de San Sebastián 2007). Ha publicado también libros de prosa poética ‘Arder en el invierno’ y ‘Pequeños pies ingleses’, y las novelas ‘La mala espera’ (Premio Ciudad de Getafe de Novela Negra 2009 y segunda Mención del Premio Clarín 2005), ‘Moravia’ y ‘Subsuelo’ (Premio Dashiell Hammett 2016, entre otros). Parte de su obra fue seleccionada en campañas de fomento a la lectura y traducida al francés, italiano, checo y búlgaro.

Con motivo de la entrega de este galardón literario y la distribución de La claridad en el mercado hispanohablante, tuvimos una charla en exclusiva con el autor para La Gaceta de El País:

—¿Qué significa para usted haber obtenido este reconocimiento?

Es una alegría muy grande desde lo personal porque es un premio, también, al esfuerzo y a los años de trabajo (no fue nada fácil escribir este libro, porque lo hice desde cero, cuento a cuento, sin recurrir a ningún texto anterior).

Pero esa alegría es mayor cuando pienso en ‘La claridad’ y en la cantidad de lectores que sentirán atracción por el libro, habida cuenta de la importancia del galardón. Escribimos, por sobre todas las cosas, para que nos lean, así que la satisfacción es doble. También es un honor para mí incorporarme al palmarés de autoras y autores tan brillantes que me preceden en este premio. Y, por supuesto, que el libro lo publique la mejor editorial del mundo dedicada el cuento, es otro aliciente para estar feliz.

—El premio Ribera del Duero es de los premios que cuenta con mayor competencia y prestigio dentro de las letras hispanas. ¿Cuáles creía usted que eran sus posibilidades reales de salir ganador?

Siempre digo que a los premios hay que presentarse con total escepticismo. Creemos y hasta confiamos en que lo nuestro es bueno, pero deberíamos recordar que solo es una creencia nuestra y que siempre puede haber algo mejor. Esta filosofía la sigo sosteniendo. En cualquier caso, fue una casualidad que tuviera el libro terminado en el último semestre de 2019 (el plazo de presentación terminaba el 31 de diciembre) porque, como dije antes, fue un libro muy costoso y en el que estuve más de tres años trabajando. Por cierto, presenté el manuscrito el día 29 de diciembre, y tuve que quitar uno de los cuentos porque había ganado un concurso meses atrás. Por suerte para el libro, el editor Juan Casamayor decidió incorporarlo, a modo de bonus track y con una nota, en el proceso de edición.

—¿Había participado antes por el premio Ribera del Duero?

No, nunca había participado en este premio. Y no fue por falta de ganas, claro. Nunca participé porque las veces que se convocó no tenía yo un libro inédito para mandar. Juntar cuentos lo puede hacer cualquiera, componer un libro de cuentos es algo más complejo. Las dos cosas son válidas pero la segunda lo es más todavía. Creo que en un premio de semejante envergadura y prestigio, donde mandan sus trabajos autoras y autores de tanta calidad literaria, muchos ya consagrados, en un premio así no se puede mandar cualquier cosa. Por esa sencilla razón nunca había participado antes.

—¿Qué puede contarnos sobre los relatos que integran ‘La claridad’?

Es una colección de cuentos escrita con la intención de ser libro. Insisto en este concepto porque es lo que más trabajo me dio desde el punto de vista técnico. Pensemos que cada uno de los cuentos debe respetar y sostener su autonomía y nunca puede depender de otro cuento para completarse. Sin embargo, consideré indispensable intentar generar una armonía interna (me refiero al libro en su conjunto) con varios elementos cohesionadores y cierta yuxtaposición. ‘La claridad’ son seis cuentos de corte negro pero atravesados por la variable fantástica, seis cuentos de los cuales los primeros cinco representan al manuscrito original que presenté al premio: ‘Treinta monedas de carne’, ‘Una mala luna’, ‘Espléndida noche’, ‘El vínculo’, y ‘La chica de la banda de folk’. Se agregó en el proceso de edición, como hemos dicho, un sexto cuento (‘Más oscuro que tu luz’). En todas estas historias lo negro está rodeado de blancos, y las situaciones desgraciadas o extraordinarias se suceden en un marco de cotidianidad. Creo que es el mejor modo de potenciar ambos elementos: observar qué cosas inesperadas nos pueden ocurrir cuando menos lo esperamos, cuando creemos y confiamos estar a salvo.

—Como narrador qué posibilidades de creación le permite el género del cuento a diferencia de la novela.

Personalmente y como autor, la historia que quiero contar es lo más importante. Siempre. Y es esa historia la que lo determinará todo. Hay historias que solo funcionan en un cuento y otras que necesitan de la extensión y del carácter acumulativo de la novela. Dijo Cortázar que si la novela gana por puntos el cuento debe ganar por nocaut. Esta metáfora boxística ilustra perfectamente las diferencias entre los géneros. El cuento es un mecanismo sensible y de extrema delicadeza, un mecanismo que ante el menor fallo, ante la menor distracción (del autor y, en consecuencia, de los personajes), pierde su elemento más significativo y excluyente: la tensión. La novela pocas veces corre estos riesgos.

—Casi toda su trayectoria literaria la ha realizado en España, ¿hasta qué punto es un escritor argentino y hasta qué punto un escritor español?

Soy argentino no solo por haber nacido en Buenos Aires: estoy educado en la tradición literaria argentina, rioplatense y latinoamericana. Pero escribo desde España, donde llevo viviendo veinte años. Hay un debate precioso y de gran interés planteado en torno a este binomio: ¿qué pasa con el discurso de los latinoamericanos que escribimos desde España? ¿Qué pasa con el lenguaje? Es algo que no había ocurrido nunca en la historia de nuestra lengua (en el plano estrictamente literario, quiero decir). El mestizaje que estamos generando es asombroso y, por supuesto, de extrema validez para la literatura en castellano. Podríamos considerarnos híbridos. Es algo emocionante porque sale ganando nuestra lengua. Hace muchos años, Carlos Salem, querido amigo y un narrador sobresaliente, acuñó el concepto de ‘argeñol’. Y es bastante acertado en mí caso.

—Debido a la pandemia por la COVID–19 se han cancelado la mayoría de ferias del libro y eventos literarios. ¿Cómo ve usted esta convivencia virtual? ¿Puede sobrevivir la literatura en estos espacios virtuales?

La literatura, como práctica humana, siempre ha sabido salir adelante y confío en que esta nueva normalidad no sea la excepción. Es cierto que muchos de los eventos a los que ya estábamos acostumbrados como escritores y como lectores se están suspendiendo o posponiendo, pero nada de esto impedirá que las personas lean, que se refugien en la lectura y en los libros. Otra cosa es la cadena de producción y el mercado editorial: ahí los escollos son más pronunciados, aunque no tengo dudas de que el sector también se recuperará. Hay muchas iniciativas que surgieron a partir de la problemática del aislamiento social. Durante el confinamiento he participado en charlas y encuentros virtuales magníficos, tanto en España como en Latinoamérica.

—¿Cuáles diría que son los autores que más han influenciado su narrativa?

Son demasiados a esta altura de mi vida, y la lista sigue creciendo. Con ocho o nueve años leí a Julio Verne y ya no he podido parar. Pero voy a destacar algunos de los tantos y tantas que me han marcado de un modo u otro: Haroldo Conti, Flannery O’Connor, Juan Carlos Onetti, Ricardo Piglia, Gabriel García Márquez (que era, además de todo, un cuentista extraordinario), Juan José Saer, Cynthia Ozick, Juan Rulfo, Agota Kristof. Y Julio Cortázar.

—Finalmente, ¿qué opina de esta nueva generación de escritoras argentinas?

Son autoras brillantes, algunas extremadamente brillantes. Las admiro como lector y me llena de orgullo leerlas, no solo por la nacionalidad sino porque pertenecen a mi generación (Selva Almada y Mariana Enríquez nacieron en 1973). Además, varias de ellas tienen, por fuera de su literatura, un discurso interesantísimo. Lo mismo opino de Claudia Piñeiro y de Gabriela Cabezón Cámara. Son argentinas y sus ficciones nos representan, incluso más allá de las fronteras de nuestra lengua.

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Pablo Concha es un escritor colombiano, autor del libro de cuentos ‘Otra Luz’ y colaborador literario en varios medios culturales.

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