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LITERATURA

El editor y sus fantasmas, una aproximación al arte detrás de un libro publicado

La edición es un arte que borra sus huellas para darle brillo a la obra, por lo que para muchos lectores resulta invisible. En este artículo, un editor de obras clásicas de la literatura, describe desde adentro su trabajo, sus apuestas y miedos.

1 de julio de 2022 Por:  Miguel Ángel Nova Niño, especial para Gaceta
La edición es un arte que borra sus huellas para darle brillo a la obra, por lo que para muchos lectores resulta invisible. En este artículo, un editor de obras clásicas de la literatura, describe desde adentro su trabajo, sus apuestas y miedos. | Foto: Foto: Especial para Gaceta

El trabajo del editor es extraño. El lector común puede simplemente encontrarse con el libro, conocer al autor y disfrutar de su obra o viceversa; tal vez terminar el libro y, finalmente, interesarse por otro más o simplemente no querer leer. El lector, cuando se acerca al libro, se acerca a un resultado, a un producto que lo logra atrapar, o aburrir, o espantar incluso.

¿Por qué razón? A veces, es por la reputación del autor; a veces por la extensión de páginas, a veces por lo interesante o no, a ojos del lector, de las primeras páginas; a veces por la misma cubierta del libro. Ahh, pero en realidad esto solo es la punta del iceberg. Hay un puente invisible entre el lector y el autor que generalmente el lector desconoce y el autor, si vive, a veces olvida también. Se trata del editor.

Aquellos libros que se ven en las vitrinas de las librerías tuvieron una fuerza de trabajo indispensable, pero casi invisible en el producto final; el lector elige esta o aquella obra de la vitrina gracias a las decisiones que el editor tomó en el proceso de creación del libro como producto, como objeto. La caja tipográfica, las fuentes, el diseño de cubierta, las dimensiones, las ilustraciones, la traducción, el tipo de papel, la textura, en fin, la obra misma tuvo que revisarla un editor y decidir si merece ser publicada o no, siempre pensando en cómo el lector podrá disfrutar mejor de la obra y buscando ofrecer un trabajo de gran calidad.

Una responsabilidad muy grande, si se piensa detalladamente. El autor, si vive, deposita su confianza en el editor para que su manuscrito se convierta en un libro que llame la atención del público, sea recibida con agrado por el mismo y, en efecto, se distribuya con éxito en las librerías. Una mala edición puede significar el fracaso de una muy buena obra. Su calidad literaria puede ser impecable, la historia por contar puede ser excelsa, maravillosa, pero el editor puede simplemente eclipsar tal trabajo con una edición pobre o regular, y en algunos casos puede incluso rechazar la obra. Casos famosos y conocidos hay varios.

Cuando se trata de una obra clásica, el asunto se torna mucho más fácil y mucho más complicado al mismo tiempo. Fácil porque en una obra clásica el solo nombre del autor ya puede ser un impulso en la venta del libro. Por ejemplo, leer en cualquier lomo o cubierta de libro nombres como Edgar Allan Poe, Arthur Conan Doyle, H.P. Lovecraft, Jeane Austen, Alexandre Dumas, Víctor Hugo, en fin… Eso llama la atención de cualquier lector, puede motivarle a llevarse el libro a su casa solo por tener una obra de este o aquel gran autor. Pero asimismo es mucho más difícil el asunto si pensamos en que todas las editoriales del mundo tienen una edición de este tipo de autores. Entonces el lector no se encuentra con una única edición, sino con varias, ediciones distintas entre las que tiene que elegir una sola. ¿Cuál elegir? Cada lector tendrá su criterio.

En este sentido, la responsabilidad del editor es doble cuando se enfrenta a una obra clásica. Debe hacer de su trabajo, el libro, algo digno de competir con las otras editoriales. Digno de estar en el podio a la espera de ganar la elección del lector, de que al menos se acerque al estante y tome el libro en sus manos para echarle un vistazo y quizá, comprarlo. Pero, más allá de ello, el editor tiene la responsabilidad de hacerle honor al autor, aquel que inmortalizó su nombre gracias a esa obra. El peso de los siglos descansa sobre la espalda del editor, presionándole a hacer un buen trabajo, a hacer que las nuevas generaciones sigan interesándose por el libro, y sigan, pues, leyendo, tertuliando, presumiendo obras en sus bibliotecas personales.

El editor de obras clásicas convive, pues, con el fantasma de las navidades pasadas, este toma el rostro de Lewis Carroll, de Edgar Allan Poe, de A. Conan Doyle, de Jack London…, y, tal vez sin querer, le atormenta, pues el editor sabe bien que la obra seguirá difundiéndose o no dependiendo de las decisiones que este tome y del trabajo que este haga.

Fui el editor de 'Sherlock Holmes. Novelas', de 'La llamada de Cthulhu y otros relatos extraños', de 'Colmillo Blanco'... Y, en mi caso, aún los fantasmas de Conan Doyle, Lovecraft o Jack London no me han atormentado a medianoche. Tal vez eso sea una buena señal.

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