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Muchas de las experiencias que el autor vivió en su escuela y en la ciudad de Barranquilla son recreadas en ‘La fugacidad del instante’, por lo que la novela también tiene un marcado carácter autobiográfico. | Foto: Foto: Especial para Gaceta

NOVELAS COLOMBIANAS

Una infancia mágica, reseña de 'La fugacidad del instante', novela de Miguel Falquez Certain

La novela ‘La fugacidad del instante’ del escritor barranquillero Miguel Falquez Certain, narra las aventuras de un niño mago y su experiencias en la ciudad.

12 de abril de 2021 Por: &nbsp;Silvio Martínez Palau, especial para Gaceta<br>

Una novela hermosa, eso es ‘La fugacidad del instante’, escrita por el colombiano Miguel Falquez Certain. Ésta toma lugar en su mayor parte en Barranquilla, la tierra natal del autor. En ella vemos a Carlos Alberto Rivadeneira desde el momento que nace en 1948 hasta su graduación de la secundaria, diecisiete años más tarde. ‘La fugacidad del instante’ es, por lo tanto, un Bildungsroman.

Carlos Alberto será el narrador omnipresente de principio a fin. Explica que más que recuerdos, lo que ahora narra de estos años tempranos es más cuestión de historias y anécdotas que le han contado sus familiares y, también, las vistas de las películas de familia que filmó el padre durante esos años de los que en realidad no tiene remembranza. Es una infancia feliz, en la cual comienza a aprender muchas cosas de parte de sus familiares y de los amigos de la familia, todos gente muy culta, que harán brotar en el niño los deseos de ser un conocedor de todo cuanto haya por conocer en esta vida. Algo notable en la novela es que su autor es capaz de darle a Carlos Alberto la voz juvenil del muchacho de diecisiete años que nos narra su historia.

Muy pronto vemos a Carlos Alberto ir por primera vez a la escuela. Asiste a una escuela privada regida por padres jesuitas. Comenzamos a ver que Carlitos es un niño superdotado. Es bueno en todo menos en fútbol, donde lo golean y lo hace admitir que este deporte no es su fuerte. También nos comenzamos a dar cuenta que el niño es homosexual. La homosexualidad es uno de los temas preponderantes de la novela, junto al tema del padre, que es su héroe, y el de la ciudad de Barranquilla, por la que nos pasea incansablemente.

La sexualidad de Carlitos es insaciable. Parece a veces que no pensara en otra cosa, pero vemos que no es así. Carlitos también lee desaforadamente según sus alusiones a gran cantidad de autores que ya conoce desde muy temprano. Todos sus amantes son en su mayoría cuestión de pocos encuentros antes de que aparezca el siguiente; la mayoría son muchachos rubios de ojos azules. Hay que decir que en las descripciones de sus encuentros sexuales, Carlos Alberto es bastante explícito, aunque no se lo puede tildar de escribir pornografía: sus experiencias son narradas con reticencias, elipsis y lirismo, sin jamás caer en la vulgaridad. Un condiscípulo comienza a llevarlo a bares de “ambiente”. Muy pronto se hace popular entre los que frecuentan estos lugares; Carlitos, tal vez por su recia personalidad, es el que dirige sus encuentros con cada vez más y más amantes de su edad. Pero la sociedad que lo rodea censura la homosexualidad y el muchacho lo sabe. Entonces, nunca se atreverá a destapársele a sus padres y esto le molesta, pero guarda silencio.

El padre de Carlos Alberto, don Mario Alfonso, está chocho con su nuevo e inesperado hijo. El niño se convierte en su experimento, intentando moldearlo a su imagen y semejanza. Quiere que el niño cobre un gusto por el escenario, que sea actor (como fue él durante los años veinte, cuando trabajó en el teatro en Ciudad de México y Nueva York, y lo siguió haciendo en Barranquilla tras su regreso a Colombia). Es así como un día le enseña al niño un par de trucos de magia que despiertan en Carlos Alberto el deseo de ser mago profesional. Capaz en todo, Carlos Alberto muy pronto sobrepasa los trucos enseñados por el padre y, cuando menos lo pensamos, está amenizando fiestas infantiles. Frente a los niños boquiabiertos, saca palomas de su sombrero, desaparece pañoletas de colores y es todo un éxito con los chicos y los mayores. Esto desarrolla en Carlos Alberto lo que el padre tal vez deseaba, un gusto por los aplausos, por estar iluminado por las luces del tablado. Lo que llevará al padre a conseguirle al hijo mago una presentación en Nueva York a través de la influencia de varios viejos amigos durante su estadía en esa ciudad en su juventud. Viajan a Nueva York pero la presentación se daña por un error de la administración. Carlitos se presentaba el mismo día que se presentaban Los Beatles y ésta habría sido su consagración. Se quedaron a ver el espectáculo él, su hermano y su padre encolerizado.

Cuando se escribe de una ciudad siempre es un deleite para aquellos lectores que la conocen. Uno va reconociendo los sitios que al tiempo le acarrean sus propios recuerdos y esto reproduce el amor que la gente siente por su patria chica. No es mi caso, no soy de Barranquilla y estuve muy poco tiempo en esa ciudad para llegar a conocerla. Ahora, cuando Carlos Alberto llega a Nueva York con sus padres y se encuentra con sus hermanos Rudy y Andy, nos da un gran paseo por una ciudad que conozco al dedillo. Sin embargo, de regreso a Barranquilla, después de un tiempo comienza el lector a imaginar los locales usando lo poco que sabe del lugar. Carlos Alberto está en constante movimiento yendo de restaurantes a bares, a eventos escolares o al carnaval, que nos despiertan la imaginación de acuerdo con la capacidad descriptiva del narrador. Carlos Alberto nos pasea por las avenidas de la ciudad, menciona los lugares que existen en cada punto por el que se pasa y así los lectores pueden comenzar a dar forma a un lugar que se nos ha creado a través de la voz del narrador.

Desde el principio, notamos que Carlitos tiene una personalidad férrea. De sus familiares, a la que más se parece Carlos Alberto es a la tía Lydia. Como Carlos Alberto, también es homosexual y vive con su amante. Para la Colombia de esos años, esto es algo rarísimo. Cordial y fiestera, Lydia ha llegado al punto de ser “aceptada” por sus familiares y amigos. La tía es un ser etéreo que disturba con su libertad innata, muy parecida a Carlos Alberto en su rebeldía asordinada. Cada vez que la tía Lydia aparece en las páginas, este lector se sonríe: es ella un personaje muy complejo y atractivo. El niño, y más tarde el joven, se basta a sí mismo. Yo le atribuyo este rasgo al hecho que Carlitos desde muy temprano en su vida comenzó a tener dinero propio, el de los pagos por sus presentaciones, algo que sus compañeritos no experimentaban, y esto atenúa la dependencia de sus padres que los otros niños ni se les ocurriría poder tener. También su actitud de Yo me mando pudo aparecer tras el acoso de sus compañeros que se burlan de él por su condición homosexual. Otra cosa que descubre Carlos Alberto en su madre es que, casi como una consigna, no dejaba traslucir sus sentimientos, se mostraba siempre estoica y este rasgo tal vez fue heredado por el hijo menor. Carlos Alberto tiene dos episodios que lo sacan de su vivir normal y lo apabullan. Uno es el vacío que siente al final de la secundaria cuando ve que todos sus compañeros se irán a estudiar a otras ciudades, a otros países, incluso él se marcharía a estudiar medicina a Cartagena. “Estoy solo”, se dice. El otro episodio que trastorna a Carlos Alberto es la muerte del padre. A ese punto, la prosa se hace girones, pedazos de frases que tornan esta parte de la obra en un poema moderno. Observando al padre dice verlo “en su muda conversación con la muerte”.

A finales de sus estudios, en el último año de la secundaria, la clase de Carlos Alberto toma dos cursos que yo no esperaba, no sólo por los libros que en ellos se leen sino porque son dictados por un sacerdote y un profesor bastante liberales. Cívica es una y filosofía, la otra. Carlos Alberto es así expuesto a la tremendista política de los años sesenta. Se lee en clase La carta de Jamaica de Simón Bolívar y se debate la inequidad social, el colonialismo y las intenciones de los pueblos de pelear por su libertad. Incluso uno de sus compañeros, Pedro Zubizarreta, un muchacho cartagenero de origen vasco, le confiesa que uno de sus tíos es miembro de la ETA y cuáles son las intenciones de ese grupo revolucionario. Zubizarreta también le confiesa que viajará a Cuba y de ahí regresará para unirse a las Fuerzas Revolucionarias de Colombia.

La prosa de la novela es exquisita, labrada con sumo cuidado, usando una puntuación que latiguea y no permite que el lector se pierda; la narración también usa detalles muy dicientes de la personalidad de los amigos y familiares de Carlos Alberto. La estructura de la novela es barroca, debido al exceso y al despliegue de movimiento dentro de esa fugacidad del instante que acarrea más y más eventos, mientras se sigue desarrollando y esfumando.

Me parece que La fugacidad del instante será siempre comparada con En busca del tiempo perdido. Se parecen en varias cosas y también difieren en otras. Me pregunto, qué hace que una persona quiera recobrar el tiempo perdido, ese tiempo fugaz que ahora es un gran vacío en el estómago del individuo; y es eso, ese vacío inaceptable que en la mayoría de las personas se esfuma con el paso del tiempo. El padre de Carlos Alberto ya había dicho alguna vez que el pasado no se podía recobrar; recordarlo sí, recobrarlo no. Pero en un escritor, al notar que una etapa muy querida de su vida ha terminado, decide no dejarla ir (no puede dejarla ir) y la plasma en las páginas de un libro Tanto el personaje “Marcel Proust” como Carlos Alberto deciden derrotar el tiempo y emprenden su cometido. Me parece que Carlos Alberto logra esto siendo más directo en su narración. Carlos Alberto también permanece en lo físico, en lo palpable; cualquier comentario intelectual se lo deja hacer a quien lea el libro. El personaje de Marcel de En busca del tiempo perdido se enfrasca en disquisiciones sobre la capacidad de los olores y sabores de llevarnos hacia tiempos pasados o sobre el insomnio y sus efectos en un intelectual. Al no hacer esto, la prosa de Carlos Alberto se acelera, mientras que en el caso de Marcel se produce una prosa muy bella pero lenta. Esa prosa mozartiana de Marcel, como la llama Vladimir Nabokov, no existe en la novela de Carlos Alberto. Si vamos a compararla con la música de un compositor, diría que siendo Carlos Alberto un hijo del siglo XX, un compositor como Philip Glass sería más apropiado para describirla. Ese minimalismo, lleno de repeticiones que varían casi imperceptiblemente, se acomoda más a 'La fugacidad del instante', sobre todo en la velocidad reiterativa y alucinante que nos brinda la obra del personaje barranquillero. Felicito a Miguel Falquez Certain pues con La fugacidad del instante ha escrito algo perdurable.

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