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Los Lebrón son una familia musical originaria de Puerto Rico que crecieron en Brooklyn, Nueva York. Su estilo musical es auténtico en la salsa, con influencias del soul y el sonido Motown. | Foto: Foto: Carlos H. Tofiño, cortesía para Gaceta

SALSA

Una noche con Los Lebrón en La Topa, crónica de un concierto inolvidable

El sueño de un realizador audiovisual y empresario de la salsa se cumple después de muchos esfuerzos, organizar un concierto de Los Hermanos Lebrón. Relato de una noche inolvidable en una de las salsotecas más icónicas de Cali.

27 de septiembre de 2020 Por:  Carlos Ospina, especial para Gaceta

A Frank Lebrón

Recuerdo ir a conocer a La Topa antes de ser La Topa, era un espacio, por llamarlo de alguna manera, con solo medio piso. Una mitad esmaltada con un color neutro y grietas que parecían el mapa del sistema nervioso, la otra mitad era en tierra, un baño atrincherado por unos ladrillos rústicos en desorden agrupados posiblemente por un albañil con un serio problema de pulso. Unas guaduas cortadas en el piso, con el polvillo alérgico que producen, con oficio sostenían el techo de tejas de barro ennegrecidas por el paso del tiempo. Lo que más recuerdo era un olor a madera que le imprimía al ambiente cierto bienestar y aire de buena energía. En la mitad de ese pequeño espacio me detuve a observar todo alrededor y recuerdo haber cerrado los ojos, en ese ínfimo trance, tuve una epifanía en la cual pude oír el bullicio de la gente, el sonido de las cervezas al brindar, y sentir a flor de piel la energía desbordada de la gente al bailar. Pensé, “Este es el sitio”, y en ese preciso momento me prometí a mí mismo, que el día que ampliara ese pequeño espacio lo estrenaría con La Orquesta de Los Hermanos Lebrón.

El trance se interrumpió por una voz que me preguntaba si me había gustado el sitio para tomarlo en alquiler, a lo que contesté con un seguro, “Sí”.

Han pasado los años y aún no sé por qué pensé precisamente en esa agrupación, porque también me gustan otras, tal vez porque, en un repaso fugaz e involuntario de la mente, sentí que la Orquesta de Los Lebrón posee el poder de haberse convertido de una u otra manera en la banda sonora de la vida y el día a día, durante varios años de muchas personas salseras de nuestra ciudad y de gran parte de Latinoamérica.

La grandeza de Los Lebrón radica en varias cosas, una de ellas la describió hace unos días el gran cantante panameño Rubén Blades, quien asegura que, “Fueron y son estrellas porque la gente decidió que lo fueran, algo que me parece especial en un mundo artístico, lleno de artificialidades premiadas”.

Además, fueron de las pocas bandas en New York que no se apropiaron tan fuertemente de los ritmos cubanos que imperaban en la gran manzana, sino que buscaron su propio sonido con elementos sobre todo americanos. También cabe resaltar su lucha férrea en el agresivo mundo de la música, en medio de discriminaciones, no solo raciales sino también musicales. Aun así, el público les dio su aceptación vitalicia.

Con toda esta justificación, llegó el día en que se dio la primera ampliación de La Topa Tolondra, habían pasado más de 5 años de inquebrantable voluntad, noche tras noche, día tras día, con muchas horas de esfuerzo y sacrificio.

La ampliación estaba prevista para noviembre de 2016, pero por múltiples razones se alargó y al acercarse la segunda semana de diciembre se prendieron las alarmas, y se debió acelerar a fondo. La ampliación de La Topa era un secreto de estado, sólo lo sabían los albañiles y yo, hasta el día aquel que mientras hacíamos el aseo, Angelita Sandoval, barman en ese entonces de la pequeña Topa, bravísima se quejaba de un polvillo de ladrillo que todos los días ensuciaba las copas, producto de unos fuertes martillazos que según ella eran fruto de unos desconsiderados obreros al otro lado, y que quién sabe que estaban haciendo detrás de esa pared. Yo le dije: “Te querés quejar”. “Sí”, contestó ella. A lo que le propuse: “Camine pues y nos quejamos todos”.

Mientras salíamos y le dábamos la vuelta a la esquina, disimuladamente llamé al dueño de la obra y le dije lo que pasaba, y que hiciera como si no me conociera, a lo que aceptó con infantil malicia. Al llegar la fila de afectados y encarar molestos a los albañiles, les dije: “Muchachos, bienvenidos a la nueva Topa”. Fue muy contrastante y emotivo ver sus caras de alegría al asimilar lo que estaba pasando, quedaron agitados por la diabólica puesta en escena.

Días después sentado en el escritorio de la oficina del mánager de Los Lebrón, al cual no conocía, me dice que cuál era la razón de la cita, y le contesté: “Vengo a que me ayude a realizar un sueño”. El precio de la orquesta no estaba en mis posibilidades, pero logramos llegar a un acuerdo favorable y Los Hermanos Lebrón eran una realidad en La Topa. El día que sale la publicidad en las redes, la gente preguntaba con asombro que dónde íbamos a meter a esa orquesta, si la sola agrupación ocupaba todo el espacio de la, en ese momento, pequeña Topa. Ante eso, nos vimos obligados a contar el secreto y la acelerada y atropellada apertura de la Topa Tolondra se dio el 21 de diciembre del 2016, dos días antes de ese histórico concierto. Se debe resaltar que se abrió por presión de la misma y enorme cantidad de gente que se agolpada afuera, en la calle 5ta., pasadas las 10 de la noche. Golpeaban el portón de La Topa en ritmo de clave, exigiendo que abriéramos y ver en exclusiva La Nueva Gran Topa.

Llegó el día del gran concierto, Los Hermanos Lebrón aguardaban su salida en un espacio rodeado de bolsas de cemento y herramientas de construcción, la boletería como suceso histórico para nosotros se agotó en un día y medio, y después de salir la orquesta con una Topa a reventar, con poca ventilación, y el público rugiendo de emoción, salieron Los Lebrón. En el camino a la tarima una persona dejó caer licor en el piano de José Lebrón, y se apagó, el mánager y los ingenieros de sonido trataban de hacer lo que podían, no había marcha atrás, el público no daba espera y yo recordaba la letra de aquella canción de Gilberto Santa Rosa que dice, “Esto no me puede estar pasando a mí”. En los últimos, agónicos y desesperados golpes al teclado, milagrosamente sonó y fueron esos desordenados acordes para varios en tarima, la música de los dioses.

Lentamente fueron subiendo cada uno de Los Lebrón ante la mirada alucinante del público, en su gran mayoría joven, los músicos tomaron posiciones y arrancó el concierto. El resto es historia.

Recuerdo estar detrás de Los Lebrón en tarima, absolutamente agotado por el cansancio físico y mental para que todo saliera bien, pero algo me llamó mucho la atención y fue el descubrir que no estaba tan feliz como debiera, tal vez por lo cansado que me sentía, el concierto siguió galopando, la gente gritaba una a una las canciones, pero yo seguía en ese raro sentimiento. Hasta que sonaron los primeros acordes de ‘Diez lágrimas’ y cuando Ángel Lebrón comenzó a cantar “Al despertar - todos los días - siento un dolor en mi corazón - porque en la vida - cuando hay una alegría - por cada risa hay diez lágrimas…”, se me vino el pasado encima, me reconocí a regañadientes el gran esfuerzo personal logrado, me vi de niño escuchando la música de Los Lebrón y de cómo soñaba algún día, así fuera de lejos, poder verlos en persona, sentí la fuerte presencia de mi madre muerta pocos años atrás y sin perderle la mirada al Ángel que cantaba, se me escaparon un poco más de diez lágrimas.

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