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Una comunidad de 85 indígenas trans reside en el municipio de Santuario, Risaralda.

Así vive la más grande comunidad de indígenas trans que existe en Colombia

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Especiales El País

Por: Hugo Mario Cárdenas, editor de la Unidad Investigativa, y Eduardo Bonces, director de la operación digital


Perla* recuerda con nostalgia las tantas veces que fue azotada por su comunidad, las noches en que fue aislada en un calabozo y los días en los que permaneció como una criminal atada a un cepo; un tronco enorme de árbol con el que le inmovilizaban las manos y el cuello.


Para entonces se llamaba Manuel, tenía solo 14 años y lo vestían como niño. Era la época en la que tanto sus padres como el gobernador del resguardo indígena al que pertenecía, intentaban curarle la ‘wërapara’, una ‘enfermedad’ con visos de delito que atormenta a las comunidades indígenas emberas del occidente colombiano y que convierte a los niños en niñas.


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Él mismo, cuando aún lo llamaban por el nombre de Manuel, estuvo a punto de creer que su fascinación por los hombres, y no por las mujeres, era producto de algún virus o la picadura de un animal. Pero no fueron suficientes los rezos, los bebedizos, los castigos ni que le raparan la cabeza para evitar que esos movimientos sutiles de cabello, impropios para un varoncito, fueran desapareciendo.


Poco después decidió huir para evitar que la comunidad castigara a sus padres por el hecho de no haberlo criado como debían. No recuerda fechas ni momentos, pero sí el haber escapado con la certeza de que atrás quedaba Manuel y que en el camino renacería con el nombre de Perla.


Tal como ocurre con las mariposas, que tras la eclosión del huevo la larva se toma cuatro días en todo el proceso de la metamorfosis, fue ese el tiempo que tomó Perla para desprenderse de la piel y desarrollar sus propias alas.


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Ella es Luz Didian Enevia


Luz Didian es una de las Mariposas del Café que vive en Santuario, Risaralda. Ella tuvo que huir de su resguardo víctima de discriminación y persecución por querer ser mujer.


Ya había escuchado que en Risaralda había un municipio llamado Santuario donde existen chicas trans que también fueron expulsadas o huyeron de diferentes resguardos para salvar su vida y buscar su libertad. Aún vestida como hombre, pero con el rostro maquillado, llegó a la plaza principal del pueblo, donde han llegado todas.


“Yo cuando llegué aquí, llegué con ropa de hombre pero maquillada; una persona se arrimó y me dijo: ‘¿Oiga, usted también es una mariquita?’, yo le dije que sí. Entonces me dijo: ‘Si le gusta pintar maquillaje como nosotras, cambiamos cuerpos... quita esa ropa de hombre y póngala ropa de mujer’; y ya puse ropa de mujer y me siento muy bien, súper bien (Sic)”, cuenta Paola Tequie, quien llegó a Santuario proveniente del resguardo embera del departamento del Chocó.


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Aunque hace una década no eran más de 12 indígenas trans las que habitaban en este municipio, los datos recientes aseguran que hoy son 85 las mujeres que han huido de sus resguardos en busca de libertad.


Las indígenas trans, o ‘mariposas del café’, como se hacen llamar, han sido expulsadas de sus comunidades por su orientación sexual, explica la concejal de Santuario Yuliana Rojas, “y han logrado asentarse aquí como trabajadoras y mano de obra del café, que es nuestra principal economía, y estas 85 mujeres han logrado consolidarse como grupo, aunque todas han llegados desde distintos territorios”.

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El nombre de ‘mariposas del café’ surge de la discriminación hacia ellas, explica la concejal Rojas. “Porque les decían en las calles que eran mariposos y ellas decían, ‘sí, somos mariposas porque somos coloridas y alegres, y queremos que nos llamen mariposas, pero no como símbolo de discriminación, sino como símbolo de resistencia’ y a partir de allí surge el término de mariposas y se adecúan también al café, porque son mujeres caficultoras”.


Mujeres para quienes, curiosamente, el exilio se convirtió en sinónimo de libertad. Y que huyeron de los resguardos donde su identidad de género pasó de tratarse como una enfermedad, a ser equiparada a un delito. Un delito que deberán pagar hasta con su vida.


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Brujería a través del viento


Atendiendo órdenes del gobernador indígena, asegura Luz Didian Enevia, una indígena trans que huyó a la edad de 14 años del resguardo de Mistrató, un brujo realiza un ritual para hacerles daño a las chicas que huyeron para avergonzar a todos. Luego el maleficio es enviado a través del viento hasta el municipio de Santuario para cobrar venganza y asesinar a quienes abandonaron la comunidad para vestirse como mujeres.


“Esa es la razón porque muchas chicas trans han muerto y muchas chicas están enfermas. Y el cabildo dijo que hombres que se vuelven maricas, mejor lo van a dejar matar para que no existamos; y a la vez, dicen que si propio papá y propia mamá no es capaz de aconsejar a los hijos, los van a castigar también y por eso nos abrimos de allá y aquí vivimos bien y estamos bien relajaditos”, relata Luz Didian.


No obstante, existe una seria preocupación en las autoridades sanitarias del municipio de Santuario por las enfermedades que vienen aquejando a la comunidad de indígenas trans y que nada tienen que ver con brujerías.


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Ella es Katherine


Katherine tuvo que huir del resguardo indígena en el que nació víctima de la discriminación que ejercieron en su contra por querer ser mujer.


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De acuerdo con Jénnifer Andrea Ochoa, directora de Salud del municipio de Santuario, “hemos venido haciendo la caracterización del estado de salud de ellas, y en conjunto con la Gobernación de Risaralda hemos hecho todo lo que son tamizajes de VIH, sífilis y hepatitis, y hemos encontrado aumento de estas enfermedades en la población indígenas trans”.


“Cuando intentamos llegar a ellas con la fisiología de una patología específica, por ejemplo el VIH y cómo prevenirlo, cuando les explicamos el uso del preservativo y hablamos de los síntomas, ha sido muy difícil porque ellos hablan de ‘Jai’ (espíritu poderoso)... incluso refieren tener algunos síntomas pero todo el tiempo hablan de ‘Jai’ y de brujería que viene del “jaia” y de la medicina ancestral, pero no dimensionan que realmente el cuerpo está enfermo y si muere alguna de ellas, como pasó en algún momento que falleció una chica por los tiempos del Covid y que tenía VIH, ellas insisten en que murió embrujada y llegamos a ese cruce de ideologías entre lo curativo y lo científico y ellas no creen en los tratamientos farmacológicos que les damos”, explica la directora de Salud.


Luz Didian, sin embargo, insiste en que la medicina occidental no tiene ni idea del poder de la brujería.


“¿Qué pasa? Que en el hospital nos dicen así, ‘este murió con tal enfermedad’, pero del hospital qué se van a dar cuenta que el indígena con brujería están haciendo más daño; del hospital no se dan cuenta de eso. Del hospital se dan cuenta de las enfermedades de ellos, de las enfermedades de mi Dios sí se dan cuenta, pero enfermedad de brujería, de maldades, el doctor del hospital no sabe nada de eso; y el daño lo están haciendo con brujería desde el territorio (Sic)”, riposta la mujer trans.


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La preocupación mayor radica en que se registre el aumento de enfermedades como VIH, sífilis y hepatitis en personas indígenas y mestizas por el contacto que mantienen, sobre todo en temporadas de cosecha cafetera, todas estas personas en los cuarteles de las fincas del municipio.


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Literalmente un santuario


Santuario, el lugar donde anidaron las mariposas del café, es un pueblo tradicional de la cultura paisa; un enclave machista, católico y conservador colgado en lo alto de la cordillera, entre Risaralda y Chocó, y donde era impensable que pudieran encontrar un sitio seguro para existir los cerca de 85 indígenas trans que debieron huir de sus resguardos.


Es un viernes de abril y con el plañir de las campanas invitando a la comunidad religiosa a la misa de las 6:00 de la tarde, empiezan a revoletear las mariposas coloridas por el centro del municipio. Un avistamiento que solo es posible apreciar en fines de semana.


Como cada viernes, los días en los que los patrones bajan a pagar los jornales a sus trabajadores, de los jeeps que cubren las rutas desde las distintas veredas van descendiendo una a una en el parque principal las mujeres que integran la comunidad trans.


Como parte del ritual, se van llenando las cafeterías, los bares, los locales comerciales y las bancas del parque. Todo es alegría y camaradería entre los ‘paisas’, como llaman ellas a los habitantes de Santaurio, y las chicas de trajes y collares coloridos.


Pero no siempre fue así. Yorladis Antibia recuerda que una prima suya le contaba que cuando llegaron las primeras indígenas trans al pueblo fueron rechazadas y humilladas. “Que en este Santuario, dizque paisa, no quería a indígenas trasgénero; que lo maltrataba. Por ejemplo, a nosotros los maricas nos gusta utilizar de todo maquillaje y los hombres en las fincas le botaban el maquillaje y decía que aquí no los queremos y les pegaba mucho”.


Pero bien sea mito, realidad o leyenda, entre ellas se ha hecho famoso el relato que habría ocurrido en la finca Pedro Alonso en el que una chica trans habría conquistado a un joven del pueblo y se juntó a vivir con él.


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Desde la Personería de Santuario, recuerda la expersonera Daniela Osorio, se hizo un trabajo con la Federación Nacional de Cafeteros para trabajar con los dueños de las fincas en temas de capacitación en los cuarteles, sobre todo en épocas de cosecha, para realizar procesos de inclusión con enfoque diferencial y de buen trato hacia ellas”.


Luz Didian llegó al pueblo en una época donde la discriminación ha ido desapareciendo. “Cuando yo llegué, a mí me enamoraban mucho. Me decían, ‘¡Ay! Usted tan bonita’, cuántos años tenía, yo voy a vivir con usted. Yo le decía al primo que quiero vivir sola normalmente y ellos antojados de uno y enamorados. Ahí el muchacho conmigo perdió el año”.


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Ella es Erika Isama Tascón


Erika tuvo que huir del resguardo indígena en el que nació víctima de la discriminación que ejercieron en su contra por querer ser mujer.


Ella es Erika Isama Tascón
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Santuario, de acuerdo con la expersonera municipal Diana Osorio, “es el único municipio de Colombia que tiene consolidado y que tiene procesos realmente con indígenas trans. Incluso, del municipio de Andes, Antioquia, nos solicitaron una colaboración frente a los procesos que llevábamos acá, para ellos hacer algo similar, pero pues sí, creo que somos pioneros y nos estamos volviendo en un santuario o en un refugio para las indígenas trans”.


“Ellas fueron expulsadas o huyeron a muy temprana edad; estamos hablando que a los 14 o 15 años porque mostraron ciertas características que no van de acuerdo a sus comunidades, y uno de los grandes problemas es que no tienen documento de identificación y lograr que obtengan una cédula de ciudadanía esa ha sido nuestra bandera porque existen barreras en la Registraduría o las notarías, donde no las atienden con enfoque diferencial”.


Tampoco existe relación o conexión con los resguardos para la búsqueda de alternativas que les permitan obtener un documento que les abra las puertas a acceso a programas del Gobierno.


Entre otras razones porque varias de ellas no pueden regresar a sus cabildos y quienes pueden hacerlo, han recibido como condición el tener que llegar a visitar a sus padres vestidos como hombres. Otras están amenazadas de muerte por parte de grupos armados.


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La lista ‘negra’ para los guerrilleros


Regresar un día a sus resguardos a ver a sus familiares o para intentar ser aceptadas por sus comunidades no es una opción para la mayoría de las mariposas del café.


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“En este momento está pasando de todo; el cabildo le está entregando un censo de las chicas que volvieron transgénero y el papel ya lo entregaron a un mando de guerrilleros para que matara a toda la comunidad transgénero y nosotras en este momento estamos muy preocupadas (...) cuando nosotras estamos trabajando en la finca o va un paisa a pedir trabajo, ya pensamos que llegaron por nosotras y que vamos a morir”, relata Luz Didian.


Agrega que: “uno se aburre, pa’ qué maricada… Uno piensa, mi Diosito por qué me habrá dejado así como verdaderamente un hombre; y por qué mi Diosito me dejó volver así como una mujer; yo pienso hay ratos así. Y uno llora por todo lo que pasa”.


Se quejan que el trabajo en la finca es de lunes a viernes y que el sábado y domingo no tienen dónde dormir porque el patrón las saca de los cuarteles hasta el lunes de cada semana. “Si uno no tiene casa, le toca dormir en los corredores o en la calle como si fuera un perro; porque no recibimos ayudas”, cuenta Erika, mientras cae la tarde de domingo y el color se pierde en el panorama. Habrá que esperar hasta el próximo viernes para volver a ver el colorido revolotear de las mariposas.


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