Bolívar y la diosa fortuna
No sé por qué tengo tan arraigados mis sentimientos de admiración por Bolívar. Tal vez por conocerlo como un ser arrojado y valiente...
En la Feria del Libro de Cali, que comenzó ayer, aparece la presentación de mi más reciente libro Bolívar, su gloria y triste final, editado por ‘El bando creativo’, editorial que despacha desde esta misma ciudad. El lanzamiento tendrá lugar en el marco de la Feria el miércoles 19 de octubre en el auditorio Bulevar a las 5:30 de la tarde.
Es un libro profundo que describe los momentos destellantes de la gloria del Libertador; pero al mismo tiempo, como si reviviera aquella diosa Tyque de los griegos que los romanos identificaron con la diosa Fortuna, después de haber alcanzado como nadie el esquivo sitial de la gloria inmortal, la diosa lo largó de su mano y lo llevó en vida a la galería de los incomprendidos, desgraciados y señalados por un determinismo que lo atormentó sin piedad hasta la muerte.
Todo le sonreía al genio que, como nadie, atesoró la mayor de todas las bondades de la vida, sin mostrar un apego material ni a la riqueza ni al poder. Él no solo vio a Venezuela y a la Nueva Granada gozando de la libertad, sino que también vio con luces proféticas que esa libertad no era suficiente para el asentamiento del destino democrático suramericano, sino que era menester garantizar que aquellos valores fundamentales debían perdurar solo si se alcanzaba la unidad de voluntades que rompiera definitivamente con la dominación social y económica en el vasto continente de la vieja España. Lo previó, lo luchó y lo alcanzó.
Pero la intriga tenía un poder mayor: el escarnio y la calumnia. Y lo escarnecieron y lo calumniaron y le hicieron más daño que la propia enfermedad. En el libro llego a apuntar que fue la muerte la que le salvó la vida, porque le abrió el camino único de la inmortalidad.
Entonces acudo en el largo relato a la densa correspondencia de aquel caraqueño, de la que, sobresaltado por la contemplación del drama agotador, encuentro su propia sicología de aquellos meses de 1830, cuando una mañana, con las brisas del alba fría de la montaña bogotana, salió por un camino en el que nadie lo esperaba, en busca de ese destino final abrumador, en el que aún encontraba los destellos de su propia salvación, bajo el optimismo de quien no creía en los médicos ni en la medicina, pero soñador como era, salvaba sus nostalgias con dos copitas de oporto y tres cucharadas de una sopa sencilla.
No sé por qué tengo tan arraigados mis sentimientos de admiración por Bolívar. Tal vez por conocerlo como un ser arrojado y valiente a pesar de su corta estatura. Visionario, sensible y poeta. Amaba el peligro que lo desafiaba con su talento y valor. Y amaba a la mujer a la que encantaba con su romántico carácter y su fantasía de hombre galante. Podía pasar la noche en el baile ceremonioso de aquellos ritmos medio europeos en los que florecía el arte del movimiento y la pasión de unos ojos que se escapaban del ruido para crear su propio mundo evanescente.
He gozado de la fortuna de que un hombre de tanta personalidad y grandeza, como el doctor Miguel Santamaría Dávila, presidente de la Sociedad Bolivariana de Colombia, escribiera un prólogo al libro que me honra. Él encuentra, al igual que yo, la fascinación por aquel personaje que nos dio la libertad y nos enseñó a soñar. Aunque al final pueda encontrarse el negro desengaño.
Y mil gracias a Luis Guillermo Restrepo, a quien la Feria ha encargado de la presentación de esta obra.
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