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Recuerdos gratos

Un taxista me llevó al Viejo Almacén donde Edmundo Rivero y su voz grave, iban dejando ese perfil de rincones porteños. Al otro día llamé a la embajada.

29 de diciembre de 2022 Por: Armando Barona Mesa

Era el año 78, vísperas de un mundial de fútbol. La Argentina, gobernada por una dictadura militar, era la sede. Llegué a Ezeiza a las diez de la noche. Cuando hice la inmigración, el guarda se percató de que mi pasaporte estaba vencido. Anonadado le dije: "Puedo esperar aquí hasta que salga el próximo avión o esperar a mañana para que la embajada me lo actualice". El argentino me miró con buena cara y me dijo: "Che, no tanto. Puedes irte y mañana lo actualizas”. Y soltó a reírse. Me fui al hotel.

La noche apenas comenzaba en aquel Buenos Aires. Un taxista me llevó al Viejo Almacén donde Edmundo Rivero y su voz grave, iban dejando ese perfil de rincones porteños. Al otro día llamé a la embajada. El ministro Plenipotenciario era Alfonso Bonilla Aragón, ese maestro de todas las disciplinas intelectuales y de la escritura. Alfonso me mandó a su hijo por mi pasaporte y luego me lo devolvió revalidado; y me agregó que estaría recogiéndome en el hotel para darme una vuelta por ese Buenos Aires de música sentimental, de Borges, de Lugones, de Sábato y de Fuentes.

Me condujo de entrada al cementerio de Chacarita y a la tumba de Gardel. Avenidas anchas y sepulturas monumentales. Al caminar varios metros desde la estatua del Zorzal, nos encontramos con un ángel de granito rosado. Levantada la cara hermosa y el pecho como la proa de un barco. Era la morada final de Alfonsina Storni, la gran poeta argentina.
Conmovidos nos acercamos, mientras el pensamiento de ambos volaba sobre los recuerdos de aquella arúspice del alma. Alfonsina, con un cáncer, se introdujo una tarde de 1938 al océano en Mar del Plata y las olas le dieron sepultura mientras las flores de algas y crisofíceas adornaron desde entonces su vestido deletéreo. Su voz quedó, con acento de diosa, en los espacios.

En el silencio Bonar balbuceó: "Tú me quieres alba,/ -Y yo contesté: "Me quieres de espumas,/ Bonar agregó: "Me quieres de nácar. / Y yo continué: "que sea azucena / sobre toda casta."

Y a su turno cada cual agregó: -De perfume tenue/ corola cerrada. /-Ni un rayo de luna/ filtrado me haya …/ -Tú me quieres blanca, / tú me quieres nívea, / -tú me quieres casta./ -Tú, que hubiste todas / las copas a mano, / -de frutos y mieles / y labios morados./-Tú, que en el banquete/ cubierto de pámpanos /-dejaste las carnes / festejando a Baco. /…-Tú, que el esqueleto / conservas intacto, / no sé todavía por cuáles milagros, /-me pretendes blanca, /(Dios te lo perdone) / me pretendes casta / (Dios te lo perdone) / -me pretendes alba./ -Huye hacia los bosques; / Vete a la montaña; /-límpiate la boca; /vive en las cabañas; /-toca con las manos / la tierra mojada; /-alimenta el cuerpo / con raíz amarga; / -bebe de las rocas; /duerme sobre escarcha …/-Y cuando las carnes / te sean tornadas, / -y cuando hayas puesto en ellas el alma/ que por las alcobas / se quedó enredada,… /-entonces, buen hombre, /preténdeme blanca, preténdeme nívea / preténdeme casta".

Seguimos caminando Bonar y yo conmovidos. Llegamos a un círculo, centro de la necrópolis y allí, en medio de los monumentos funerarios, vimos una placa de cemento con letras negras. Las letras decían: "La Municipalidad de Buenos Aires ofrece un monumento a su sentido cantor sentimental Agustín Magaldi. 1938" ¿Qué había pasado con ese monumento? ¡Aquella Evita Perón! Se le insinuó sin éxito en el tren cuando ella salía de su pueblo Los Toldos. Él declinó. Ella era vengativa, hechicera, rencorosa, como aquella mujer de La Cumparsita original que cantó Tito Squipa. Y no se la perdonó.

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