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Esteban Piedrahita. | Foto: Foto: Especial para El País.

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Bendita inmigración

Es todo lo contrario. Estos migrantes del pacífico, el Cauca y otras regiones, principalmente del sur del país, han sido nuestra salvación.

27 de julio de 2024 Por: Esteban Piedrahita

Una paradoja de nuestra época es que en momentos en que las estadísticas de natalidad se desploman en muchos países -y ya no solo del mundo desarrollado-, pululan los ‘liderazgos’ xenófobos y racistas de personajillos como Trump, Le Pen y Abascal. No existe registro histórico de sociedad alguna que haya podido prosperar en el largo plazo con una población decreciente. Aunque está por verse si tecnologías como la IA contribuirán a mitigar los efectos del declive poblacional, en el mediano plazo la apertura a la inmigración luce como la única solución viable para muchos países.

Los datos para Colombia, revelados por el Dane en las últimas semanas, dan cuenta de un desplome aterrador de los nacimientos. Aunque el número de bebés nacidos cada año en el país ha venido cayendo desde 1996, el declive se ha acelerado dramáticamente en los últimos tres años. En el primer cuatrimestre de 2024 nacieron un 25% menos de bebés que en igual período de 2021. Si anualizamos esta tendencia, la disminución en nacimientos frente a aquel año será cercana a los 150.000. De no ser por los niños nacidos de madre venezolana (que representaron uno de cada diez nacimientos en 2021), la caída sería aún más estrepitosa. La generosa política migratoria de Colombia hacia nuestros desdichados vecinos no ha sido solo un acierto moral, sino también económico.

Una lógica similar opera para la migración interna. La llegada de nuevos habitantes a nuestras ciudades, buscando oportunidades, mejores servicios y mayor seguridad, impulsa su dinamismo. En el caso de Cali, es recurrente la queja de que en los últimos 40 años hemos sido expulsores netos de personas de capital humano medio y alto que han partido al exterior o a Bogotá en busca de mejores oportunidades. Con frecuencia anotamos el contraste con la llegada a nuestra ciudad de personas de regiones vecinas más pobres, con menores dotaciones de capital humano, fruto de haber tenido menos posibilidades de educación, entre otras cosas. Y achacamos muchos de nuestros males a su presunta falta de sentido de pertenencia y de cultura cívica. Hasta les endilgamos el aumento en la criminalidad (aunque los homicidios vienen en franco descenso en Cali desde hace 30 años).

Es todo lo contrario. Estos migrantes del pacífico, el Cauca y otras regiones, principalmente del sur del país, han sido nuestra salvación. De no haberlos recibido, con su juventud y sus ganas de trabajar y progresar, el destino de nuestra ciudad hubiera sido a todas luces peor; seríamos una ciudad más pequeña, y más pobre. El ejemplo de una ciudad como Detroit que, como Cali, fue la más dinámica de su país a principios y mediados del Siglo XX y a la que el modelo económico también le cambió, es aleccionador.

Luego de ser la meca de la industria automovilística mundial y de alcanzar una población de 4 millones de habitantes en 1970, constituyéndose en la 5ª mayor aglomeración de Norteamérica, el área metropolitana de Detroit ha perdido cerca de 500.000 habitantes en los últimos 50 años y hoy es la 13ª urbe del país del norte, con grandes zonas desoladas. Así que, antes que quejarnos de los migrantes que han llegado a nuestra ciudad, démosles gracias por habernos escogido para cumplir sus sueños y hagamos que Cali sea cada día más atractiva para los talentos y las ganas que vengan de fuera.

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