El libro de Los Turcos
Cali y su cultura habían crecido tanto que había suficientes clientes para el uno y para el otro y para que el nuevo se convirtiera en sitio privilegiado de la efervescencia cultural de los años 80,...
Sebastián Valencia Sayin y su hermana Mariana, han publicado un libro que rescata del olvido a uno de los lugares imprescindibles de la historia de la cultura caleña: el café de Los Turcos. Del cual ya no queda ningún vestigio, como no queda ninguno del edificio de Avianca, del Batallón Pichincha ni del teatro Bolívar, que en su época conformaron uno de los espacios urbanos más bellos y característicos de la ciudad: el Paseo Bolívar, del que apenas quedan la escultura y unas cuantas de sus emblemáticas ceibas devaluadas por la desmesura de un espacio amorfo.
El libro es un libro de memorias, las de Sebastián, que aún era un niño cuando su padre Alejandro Valencia y su madre, Estrella, Isy Levites y Fernando Urrea tomaron la atrevida decisión de ¡fundar el café Los Turcos! Y digo “atrevida”, porque para esas fechas, finales de los años 70 del siglo pasado, el café de los turcos llevaba años funcionando. Pero nadie le conocía por su verdadero nombre Café Bolívar, sino por el apodo de ‘café de los turcos’ que se le endilgó por la comida árabe que ofrecía y porque en su clientela sobresalían los inmigrantes sirio libaneses y los judíos de origen mediterráneo, tan aficionados al humus, el quipe y el pan ácimo como a los juegos de azar.
Aunque no eran los únicos: su cercanía al Instituto Departamental de Bellas Artes, lo convirtió en un lugar frecuentado por los actores del TEC y por su director Enrique Buenaventura y tras ellos por Óscar Collazos, los nadaístas Jotamario, Elmo Valencia, Armando Romero y quienes solo éramos unos adolescentes con ganas de convertirnos en escritores: Ramiro Madrid, Umberto Valverde y yo. Esa insólita mezcla y el arribo de protagonistas de lo que sería el Caliwood, Andrés Caicedo, Carlos Mayolo y Luis Ospina, pesaron seguramente en la decisión de Alejandro y su mujer de hacer la competencia al Café Bolívar montando un café- restaurante de las mismas características en el local de al lado y de llamarlo Restaurante Los Turcos.
Cali y su cultura habían crecido tanto que había suficientes clientes para el uno y para el otro y para que el nuevo se convirtiera en sitio privilegiado de la efervescencia cultural de los años 80, que es la que recupera en este apasionado libro quien recibió el apodo de Cocoliso jugando de niño entre sus mesas. La continuidad entre los dos cafés tiene un nombre y es el de Umberto Valverde, el prologuista del mismo.