El oficio de despedir
Todo jefe está facultado para construir el equipo que requiere. Pero esa decisión que tiene validez queda refundida ante la cantidad de rumores por la falta de manejo
Pasan 45 años en mi actividad profesional y sigo mirando con respeto la terminación de los contratos laborales de nuestros colaboradores. Cada caso ha requerido análisis previo del enfoque que le daré; hay argumentos más contundentes que otros: ineficiencia, deslealtad, indicios de corrupción. Otras veces es por recorte de personal, llegada de la pensión de jubilación o en ocasiones, selección de personal más orientado a la estrategia corporativa.
Hay momentos en los que requerimos perfiles más tecnológicos o con mayor inteligencia emocional. Lo cierto es que, en tiempos tan cambiantes, también las estrategias se revisan y consecuentemente las particularidades de cada cargo. Pero siempre pienso en el impacto de la noticia del despido en la vida de los empleados. Cada caso amerita un manejo y en muchos de ellos, ofrecerse para futuras referencias, consejos, etc.
Conozco muchos en los que un mal manejo de los despidos terminó en onerosas consecuencias para los empleadores, delaciones ante las autoridades fiscales, divulgación de detalles personales de accionistas o impacto reputacional para la empresa. Todo porque en cantidades de ocasiones, los empleadores o sus representantes actúan desde arriba con torpeza o con soberbia. Esas dos características, los hace omitir pasos para actuar con lógica, escoger el día adecuado, tener el respeto al ser humano, actuar con indolencia frente a las angustias u omitir la preocupación sobre el impacto de un despido en la imagen del profesional despedido.
Este tacto no es exclusivo del sector empresarial, también el público debe ceñirse a los protocolos humanos y legales. Una ministra de Cultura a quien una secretaria le informa que debe renunciar, tres minutos antes de la alocución presidencial. Una ministra del Deporte que se entera de su salida por las noticias o un ministro de Educación a quien, en un pasillo del Palacio, se le comenta que el presidente le perdió la confianza, son ejemplos de la ausencia de tacto para manejar esta situación.
Todo jefe está facultado para construir el equipo que requiere. Pero esa decisión que tiene validez queda refundida ante la cantidad de rumores por la falta de manejo: una izquierda radical, teatral y contestaria, que siente que Petro no representa el cambio. Una comunidad afro que se siente manipulada a través de oportunidades efímeras como este mini-ministerio o las misiones encargadas a Francia. O la ausencia de disenso al interior del gabinete que seguramente le dará la oportunidad a Alejandro Gaviria de liderar desde la calle una oposición reflexiva ante el gobierno que lo despidió en un acto tan torpe como soberbio. Las dos características de los malos jefes que no saben ni despedir.
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