La vergüenza de las buenas personas
¿En qué momento los empresarios, generadores de empleo y bienestar, terminaron convertidos, según algunos, en los vampiros del sistema?
¿En qué momento los empresarios, generadores de empleo y bienestar, terminaron convertidos, según algunos, en los vampiros del sistema? ¿A partir de cuándo, bloquear los caminos, impedir el acceso a los trabajadores a sus empleos y la llegada de las materias primas, arriesgando la vida de las empresas, se volvió una práctica común?
Y eso que esto sucede en nuestra región, con una de las mejores calidades de vida del país. Sin duda el aporte del sector agroindustrial de la caña en el valle geográfico y la caficultura en las cordilleras, acompañados de los gobiernos departamentales, contribuyeron a altos estándares de educación, recreación y salud.
Simultáneamente, el rol de las fundaciones del empresariado fue ejemplar y se fortaleció el tejido social. No hay en Colombia un esfuerzo más generoso del entramado empresarial de una región que la Fundación Valle del Lili, hoy la mejor clínica del país. Gracias a nuestro sistema de salud, la eficiente gestión hospitalaria se aplica de idéntica manera a quien allí llegue, independientemente de su origen geográfico, social o étnico.
El Banco de Alimentos es otro de los muchos ejemplos que podemos dar, de cómo la alianza entre el sector privado y, en este caso la Iglesia Católica, proveen diariamente soluciones alimenticias a instituciones y a grupos humanos que carecen de comida. Y así, podría seguir indefinidamente con los aportes de cada fundación en su zona de influencia para concluir que, si bien es cierto falta mucho por hacer y por aportar, no es justo calificar al empresariado como indolente y poco comprometido.
¿Pero por qué la precepción es tan diferente? Lamento decirlo tan claramente: porque a nuestros líderes empresariales les quedó grande la importancia de comunicar las buenas acciones. Comportamientos como la extraña vergüenza para contar los actos de benevolencia; o creer que sigue vigente el evangelista Mateo con “que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha” y peor aún, el síndrome del bajo perfil, dieron pie a que la narrativa sobre el comportamiento del empresariado quedara en manos de la izquierda, del resentimiento y de los influenciadores en redes, quienes jamás reconocerán los hitos de responsabilidad social, sino que irán solo a los estados financieros para mirar las utilidades, ignorando deliberadamente el balance social.
Como en el fútbol, “quien no hace los goles, los ve hacer”, así mismo en las empresas quien no tiene su propia narrativa entre desarrollo, innovación, generación de empleo y contribución social, dejará que sus contradictores armen su propia imagen poniendo en riesgo la sostenibilidad de las empresas, embaucando a los desempleados, vecinos, primera línea, a que ataquen el valioso tejido que se ha construido por varias generaciones. Conozco empresas que han logrado transmitir adecuadamente su labor empleando madres cabeza de familia en sectores vulnerables y sus establecimientos fueron afectados en menor escala. Otros, que seguramente han tenido logros sociales mayores pero no han comunicado sus beneficios, terminan haciendo parte de la masa del “empresariado indolente”.
El mundo cambió y el exceso de discreción de las buenas personas pasó a la historia frente al manejo hábil de quienes quieren manejar el poder sobre la inconformidad y el odio de clases. El bajo perfil es permitido para las personas naturales que preferimos esa opción, pero jamás debe hacer parte de la estrategia de nuestras empresas, especialmente en la contribución social, clave en la sostenibilidad.
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