Los viejos amigos viejos
Por eso no entiendo cómo pelean los viejos amigos por política o por simplezas. En la madurez se siguen conociendo personas, pero no se construyen amistades.
Me sucedió la semana pasada y me impactó sobremanera. Visité a mi madre de 90 años, como lo hago semanalmente, y me pidió que la acompañara a comprarle un postre al Dr. Pedro Nel González, quien al día siguiente cumpliría 102 años de edad. No dudé en seguirle la cuerda.
Amigo de mis abuelos de quien era el médico familiar, el Dr. González siguió con una dedicación admirable la atención clínica a la siguiente generación, con algunos casos de alta complejidad.
Admirábamos su sabiduría y acompañamiento a los pacientes de nuestra casa. Ya retirado, obviamente, recibe semanalmente las llamadas de mi madre, quien lo actualiza sobre lo que está sucediendo en Buga, de manera especial sobre muertos y enfermos graves. A su vez, cuando el doctor González recuerda a alguien de quien no volvió a saber, llama al teléfono de mi madre quien lo pone al tanto.
El sábado cuando lo visitamos, nos recibió con su esposa e hija, tomó mis manos con gran afecto y recordó el aprecio entre las familias. Le reiteré la gratitud nuestra, que ha trascendido generaciones. De pronto me dijo: “¿Sabe por qué estoy vivo?”, mirando a mi madre contestó: “Porque su mamá está viva”. Todos teníamos claro que tras esa frase no había nada diferente de la trascendencia que tienen esas relaciones irremplazables de amigos viejos.
Conversaciones sobre personas en común; de sucesos solo recordados por ellos; a evocaciones que la memoria tiene en sepia o en blanco y negro, y que solo entre quienes han llevado una amistad compartida por décadas, se puede comprender. Esas llamadas han sido oxígeno para el par de viejos.
Vino a mi mente, una conversación con Alfredo Carvajal Sinisterra a raíz de un proyecto que tuvimos con varios amigos de un club residencial para adultos mayores y que nos interrumpió la pandemia. El Dr. Alfredo contaba que en su adolescencia vivía con ellos su abuelo materno, Manuel Sinisterra. Un día, después de la muerte de su gran amigo, el ‘Chato’ Buenaventura, el abuelo entró en una profunda depresión. “Era el último de mis amigos”, decía. Los nietos, tratando de darle soporte afectivo, le decían que allí estaban ellos. Manuel les contestó: “Yo les agradezco, pero es que a ustedes no les interesan los temas que a mí me gustan. Y a mí no me gustan los temas que a ustedes les interesa”.
Esta dura conclusión, va siendo comprendida en la medida que envejecemos: la tecnología, la música, el volumen, los valores, los ídolos, las buenas maneras, terminan siendo temas de generaciones en común y si bien es cierto, logramos mantener buenas relaciones con las personas mucho más jóvenes, excepcionalmente a eso se le puede llamar amistad.
Especialmente con los viejos amigos, que además nos acompañan generacionalmente, se comparten las bromas, los recuerdos, los apuntes, las ‘tragas’, las anécdotas, las imprudencias, que marcaron nuestro pasado y nuestro presente.
Por eso no entiendo cómo pelean los viejos amigos por política o por simplezas. En la madurez se siguen conociendo personas, pero no se construyen amistades. Los amigos no son un directorio telefónico ni un álbum de retratos de personajes, son un puñado de cómplices con los que transpiramos un raro oxígeno vital envasado en conversaciones y sentimientos que nos permiten vivir mejor. A tal punto que cuando proyectamos el último día, en nuestro más estrecho círculo afectivo, queremos que no nos falte la sonrisa comprensiva y la mano cálida del viejo amigo viejo.
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