A quién derrotaron
Entonces, ¿quién fue el derrotado? Obviamente, el texto constitucional. De eso se trataba, formalmente. Pero, claro está, el propio gobierno que se identificó con el texto y que no es ajeno a todo el proceso político que desde el estallido social ha venido alimentando la vida política chilena.
La votación por el plebiscito o referéndum que contenía la nueva constitución chilena, tramitada en una Convención Constitucional, fue sorprendente. ¿Acaso había alguna expectativa fundada en que el voto favorable iba a ser el mayoritario? De ninguna manera.
Las encuestas coincidían en la posibilidad de un voto negativo. Lo sorprendente fue la contundencia del número de ciudadanos que la rechazaron. También, la muy alta participación aunque el voto era obligatorio. Otro factor que analistas chilenos señalan es cómo estos dos factores, alta participación y fuerte rechazo numérico, fueron provenientes de las comunas, o sea, de los sectores más populares en las ciudades chilenas. Asombroso.
Es inescapable formular una pregunta significativa: ¿Quién fue, realmente, el derrotado? Se sabe que cuando se somete a la consideración de un voto popular un texto complejo, los riesgos de pérdida son muy grandes.
Por ello, después de la derrota del movimiento que buscaba la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea, se escribieron columnas y ensayos en la prensa europea para decir que era un error someter un tema de tanta complejidad al sí y al no, al continúa o se sale. Y otros casos similares encontraron un destino semejante en otras partes del mundo.
El consejo es muy válido cuando se refiere a la decisión sobre un texto complejo, una constitución, o una situación aún mucho más compleja como era la membresía del Reino Unido en la Unión Europea, que implicaba vínculos macroeconómicos, financieros, comerciales, laborales, culturales, etc. Y quienes argumentaban la inconveniencia de llevar a la consideración popular este tipo de decisiones añadían otros elementos que no se pueden subestimar. Los votantes estarían tomando una decisión sobre el propio gobierno, sobre algunos sectores de la administración. Sobre funcionarios que les disgustan, o políticas concretas que ven como indeseables. De esta manera, los votantes están mirando hacia muchas direcciones y el resultado, afirman los estudiosos de este mecanismo de participación popular, resulta negativo.
Entonces, ¿quién fue el derrotado? Obviamente, el texto constitucional. De eso se trataba, formalmente. Pero, claro está, el propio gobierno que se identificó con el texto y que no es ajeno a todo el proceso político que desde el estallido social ha venido alimentando la vida política chilena.
Y, cómo negarlo, la votación afecta a varios ministros o altos funcionarios gubernamentales porque muchos ciudadanos tienen reservas o críticas a la gestión que han venido adelantando. Y por eso no son descabelladas las afirmaciones de analistas que mencionan el impacto de una inflación galopante, o el sentimiento de inseguridad que se va apoderando de muchos ciudadanos, o el desagrado por el abuso de la protesta social. Estos y otros factores unidos al estilo, la forma de comportarse de los grupos mayoritarios en la Convención con desprecio absoluto por quienes no compartían los lineamientos de sus propuestas le quitó a esa institución excepcional que es una Asamblea Constituyente, la credibilidad, la confianza y el respeto que sus deliberaciones y decisiones deben alcanzar ante una sociedad expectante por las reglas de juego fundamentales que se están construyendo.
Es que la tarea de una Convención Constitucional es la más significativa y trascendental en una sociedad. Si su funcionamiento no está rodeado de la mayor majestad es muy difícil que la opinión pública se identifique con las propuestas.