José Hilario López
En Roma, como correspondía, el Papa Gregorio XVI, el sumo pontífice, le expresa su desagrado por actitudes del gobierno neogranadino con respecto a algunas bulas
El encierro de la pandemia me ha permitido releer libros, leer otros que se quedaron quietos en la biblioteca. Uno de ellos fue ‘Memorias’ de ese gran dirigente liberal de la primera mitad del Siglo XIX, quien fuera Presidente en 1849. Y qué significativa presidencia: ¡La libertad absoluta de los esclavos, la abolición de la pena de muerte por delitos políticos, la libertad de imprenta, la introducción de los jurados en los juicios y la reforma de la Constitución de 1853, con el fortalecimiento de la descentralización. Ah, y la famosa Comisión Corográfica!
Muy meritorio que nos hubiera dejado este testimonio de su vida militar, política y diplomática. Las publicó en París el 20 de Julio de 1857 y las escribió en Roma mientras se desempeñaba como Jefe de la Legación de Colombia ante la Santa Sede. Es justo decir que era un trabajador incansable.
Los recuerdos de su experiencia europea son importantes. Leamos. En Inglaterra fue recibido por la Reina Victoria y por el ministro de Relaciones Exteriores Lord Palmerston. Uno se pregunta, ¿cómo pudo ocurrir eso? Muestra que la Nueva Granada gozaba de algún prestigio y que lo que aquí ocurría no era extraño para los dirigentes europeos. Es una lástima que no nos hubiera contado cómo se lograron esos dos encuentros. Tampoco nos cuenta el contenido de sus conversaciones.
Luego visita París. Luis Felipe I, Rey de los franceses, lo recibió “con atenciones y benevolencia”.
En Roma, como correspondía, el Papa Gregorio XVI, el sumo pontífice, le expresa su desagrado por actitudes del gobierno neogranadino con respecto a algunas bulas. En la segunda audiencia con el papa, José Hilario López, se expresó en italiano, lo que causó muy buena impresión.
El Papa bajó de su trono, lo abrazó y le dijo: “Caro mio generale”, ahora sí podemos entendernos mejor, etc. Está vez cuenta detalles positivos y negativos de su relación con diferentes prelados de la Curia Romana.
Apoyado en sus lecturas de los clásicos inició un viaje por el Oriente: Malta, Turquía, Grecia. Y, ¡oh sorpresa!, la peste había hecho imposible la visita a otros países, Palestina, por ejemplo, o Egipto. Habla del contagio de “esa terrible enfermedad”. Todo el mundo, dice, estaba en cuarentena y añade que “casi todo el mundo, principalmente las personas de comodidad se habían encerrado en sus casas como en estado de sitio”.
Relata la sorpresa de interlocutores durante su recorrido: ¡Colombianos! de la América Meridional, ¡de la patria de Bolívar!, ¿por dónde han venido ustedes?, ¿y cuántos años han gastado en el viaje?
Dios mío, ¿y es posible que los sudamericanos sepan latín y francés a más del italiano que ustedes hablan?
El nombre de Bolívar les era familiar y la admiración por sus hazañas, también el de Caldas.
Sus observaciones sobre los gobiernos son muy agudas y revelan una capacidad notable de observación y análisis: gobiernos despóticos, teocráticos. Y trae anécdotas para describir la arbitrariedad de algunos.
Una personalidad recia. A la vez conciliadora y tolerante pero muy firme en sus convicciones. Alguien que debe estar presente en la memoria de los colombianos. Guerrero, político, estadista, diplomático y, al parecer, una inteligencia bien cultivada. Uno de los grandes del Siglo XIX. Se deslumbró con los monumentos históricos, pero no con los sistemas políticos.