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Hugo Armando Márquez, columnista.
Hugo Armando Márquez, columnista. | Foto: El País

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Gol

Nos aferramos a la esperanza de una victoria en el campo de juego, como si un gol en el minuto final pudiera resolver la maraña de problemas que nos asolan.

26 de junio de 2024 Por: Hugo Armando Márquez

No importa que gobierne la derecha o la izquierda, aquí el fútbol emerge como un hechizo poderoso, capaz de nublar la vista. Así la agitación política se siga transformando en entretenimiento, las canchas de fútbol pueden superarla y brillan con intensidad casi sobrenatural, como si fueran el último refugio de una cultura propia de la versión más fácil del realismo mágico, anclada más a gritos que aluden al sentido de pertenencia y al consabido madrazo rabioso para finalizar las arengas y así demostrar que se tiene afecto por la tierrita.

La lírica prosopopéyica de los narradores y comentaristas convierten a deportistas admirables por sus destrezas, en héroes nacionales que deben cargar con el peso de significar la valía de una nación en 90 minutos.

Y entender ese poder es valioso cuando las cosas no están saliendo tan bien. No es solo un juego y un negocio, también es una estrategia perfectamente aprovechada para desviar la atención. El vehículo para incitar a la unidad nacional, a la agitación de la pertenencia.

Cayó como un bálsamo esa final entre leones y leopardos, pues se pudo anunciar sin revuelo que en el gabinete se harán (¿?) cambios para que el cambio siga cambiando hasta encontrar a quien demuestre que el cambio no es solo un sinónimo de canje (de favores, de negocios, de fachadas). Así, sin la necesidad de entrar en mayores polémicas, porque el reflector estaba en las camisetas y en el grito “rrrrumbo a la libertadores”.

La reforma pensional salió victoriosa en medio de la polémica de no haber sido debatida en la Cámara de Representantes, con una proposición que abrió la puerta a que se demande y se caiga en la Corte Constitucional. Jugada digna de las mayorías aplanadoras de los criticados políticos tradicionales. Justicia poética dirán unos, politiquería dirán otros. Un escándalo que pasa de agache porque vamos por la segunda Copa América y en Alemania se disputa el mundial sin Brasil y Argentina.

Perder espacio en aquello que coyunturalmente nos afecta es ganar un poco en la dicha de imaginarnos ganando.

Nos aferramos a la esperanza de una victoria en el campo de juego, como si un gol en el minuto final pudiera resolver la maraña de problemas que nos asolan. El continente, en crisis, encuentra en sus torneos un espejismo de unidad y fortaleza que esconde las grietas de sistemas en declive. Amamos a los enemigos del campo de juego porque su existencia nos permite odiar a gente distinta a la que piensa de otra manera que nuestro mesías de turno.

Yo también anhelo que aparezca algo así cada tanto. También tengo una camiseta que siempre quisiera verla llena de estrellas en su pecho, pero cada vez que surge una temporada de competencias de tanto interés, pienso en que algo están haciendo en los palacios y capitolios que nos va a afectar. El fútbol seguirá siendo un hechizo poderoso que invita a soñar mientras la mala política maneja y acomoda en las sombras.

Hoy vivimos felices unas semanas porque le pertenecemos a Luchito y a Lionel. Ya no somos el país que se sorprende con los billones embolatados en la UNGRD y hasta empezamos a ver extraños los nombres Sneyder u Olmedo. Las disidencias y diálogos tendrán que esperar.

Y nosotros, atrapados en la fantasía, seguimos aplaudiendo, gritando y llorando. Creyendo, quizás, que un gol puede cambiarlo todo.

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