Columnistas
¿Qué hago yo por la paz?
Jesús llamó “necio”, a un avaro: “Esta misma noche te van a reclamar el alma. Todo lo que has acumulado, ¿para quién será?”.
* Monseñor José Soleibe Arbeláez, Obispo (E) de Caldas (Ant)
Al reflexionar sobre la paz comenzamos por aclarar que hablamos de la propuesta que el Señor nos hace: una paz basada en la justicia, el amor y la libertad y cuyo fruto es la paz; y no la del mundo, basado en el tener, el poder y el placer y cuyo fruto es la violencia.
Por eso, cuando analizamos nuestra realidad nos parece vivir las palabras del Señor: “Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz”, ya que aunque la inmensa mayoría de los cristianos queremos la paz, la fraternidad, un mundo mejor para todos, a la hora de la verdad muchos escogen el camino de la violencia: narcotraficantes, guerrilleros, homicidas, amigos del aborto, los que alimentan odios, rencores, inclusive entidades legales, interesadas solo en lograr más y más riquezas.
Jesús llamó “necio”, a un avaro: “Esta misma noche te van a reclamar el alma. Todo lo que has acumulado, ¿para quién será?”. Lo mismo valdría para quienes son sucios en la política, que ha dejado de ser “la ciencia y el arte de dirigir los pueblos”, para convertirse en fuente de corrupción, acolitada por quienes de una u otra manera apoyan el mal desde los grandes centros de corrupción, los que todos los días oímos mencionar en la prensa, la televisión o la radio, o los que encontramos en la vida ordinaria haciendo el mal en la vida ordinaria en nuestros pueblos,
El Señor nos pide que obremos como cristianos auténticos y la que el mundo nos propone, de verdad: la felicidad verdadera está en la solidaridad y en la entrega a los demás y solo la justicia, el amor y la libertad nos pueden dar la paz que tanto necesitamos.
Cuando en Cafarnáum los discípulos guardaron silencio ante el Señor porque habían estado discutiendo quién de ellos era el más importante, Jesús, colocando un niño como modelo, les dijo: “El que reciba a un niño como este por amor a mí, me recibe a mí y el que me recibe a mí, no me recibe a mí, sino al que me envió”. Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos.