Columnistas
Querer a Cali
Hay que involucrarse, reconocer que la calle, el barrio, el patio, los vecinos, los espacios públicos, no son cosas, sino parte de la existencia y están para compartir y mejorarlos.
Se llama topofilia el conjunto de relaciones afectivas y emociones por un lugar, sea paisajes de la infancia, jardines o partes de la ciudad. Sucede cuando hay un sentido de pertenencia que surge de la familiaridad con el entorno donde transcurre una vida, y se reconoce como algo propio y gratificante.
Es lo que sentimos los caleños cuando somos conscientes de que, a pesar del aluvión del tiempo que todo lo transforma, en Cali es perenne su paisaje rico en biodiversidad con sus montañas, árboles, ríos, aves, plantas y brisa, en el cual la ciudad vive. Es un paisaje del que, como habitantes, no podemos ser inferiores, si comprendemos que con él hay una relación física ambiental incluyente que nos favorece a todos por igual, por el solo hecho de estar ahí.
Esa naturaleza que enriquece y embellece la ciudad forja un carácter y nos hace quererla, así como impone ser responsables de cuidarla y mantenerla. Expertos hablan de la necesidad de interesarse por lo que nos rodea para el equilibrio personal y de la comunidad. Hay que involucrarse, reconocer que la calle, el barrio, el patio, los vecinos, los espacios públicos, no son cosas, sino parte de la existencia y están para compartir y mejorarlos. La alienación y la indiferencia de algunos no es buena para sus vidas, son síntoma de desequilibrio y les empuja a la destrucción, por eso la invitación es a cambiar de chip.
Las oportunidades para progresar se buscan y se encuentran, pero se necesita voluntad y comienza por valorar el entorno, desde respetar las reglas de tránsito, amparar un animalito, sembrar o regar un arbusto, no botar basuras a la calle y reclamar de los otros un comportamiento correcto. Darle un sentido y propósito sin sentirse ajeno al medio para crear un hábitat, trae bienestar y salud, es el granito de arena requerido.
Podemos recuperar la cultura cívica que se ha ido disolviendo entre el olvido y el afán, de modo que visitantes y turistas puedan identificar otra vez a la ciudad por la amabilidad de sus gentes, la seguridad y la limpieza que les acompañó al recorrer las calles o al ver a Cali desde sus miradores en toda su extensión y encanto. Es volver la vista atrás, a ese “sueño atravesado por un río”.
Extranjeros se sorprenden con el esplendor del Bulevar del Río, premiado por la Sociedad Colombiana de Arquitectos como el mejor diseño urbano y paisajismo del país, así como con la panorámica de la ciudad desde la colina de San Antonio, el monumento a Sebastián de Belalcázar o el Jardín Botánico, y con la imponencia de los Farallones. Al regresar a sus países se llevan en la memoria una ciudad amparada por una gran flora y fauna, junto con las trazas de historia en su arquitectura, fachadas vestigios de otra época, museos, calles, plazas y empresas de las que nos servimos.
Hay más para destacar de Cali ante propios y extraños, porque en términos de Mario Genari, es un objetivo primario e irrenunciable, reconocerse en la propia ciudad, en las conformaciones vinculadas al tiempo de un pasado tangible y en las realizaciones del presente (Semántica de la ciudad y educación, p61).
Tener la sede de la COP16 es una oportunidad para enseñar la ciudad desde el medio ambiente y su capacidad de organización de un evento de tal magnitud, respaldada por una ciudadanía capaz de obrar con espíritu cívico y de colaborar con las autoridades locales y nacionales.
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