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Salvar el mundo
Las personas somos más propensas a ayudar personas que podamos identificar mediante un nombre o una foto, en contraste con personas identificadas en cifras estadísticas, representadas en cientos, miles o millones.

El experimento, realizado en la Universidad de Pensilvania por Deborah Small, George Lowenstein y Paul Slovic, involucró la selección de dos grupos de estudiantes. A cada grupo se le ofreció un folleto diferente y se les invitó a hacer una donación a la causa expuesta en el mismo. Extraído de la página oficial de Save the Children, el primer cuadernillo resumía en cinco líneas la crisis alimentaria de millones de personas. Se aseguraba que, producto de la sequía y la escasez, millones de personas en Malaui, Zambia, Angola y Etiopía requerían de algún tipo de ayuda nutricional.
El segundo folleto no brindaba cifras, ni números. Tampoco hacía referencia a los padecimientos que vivían millones de personas por falta de alimentos. Igual de corto que el primero, este folleto relataba en las mismas cinco líneas la historia de Rokia, una niña de siete años de Malí, un país de África Occidental, que vivía una situación deplorable: producto de la pobreza, Rokia está al borde de la desnutrición y, probablemente, de la inanición. Por las circunstancias en las que nació, eran altas las probabilidades de que nunca recibiese servicios educativos o atención médica.
Tras la lectura de los cuadernillos se invitó a cada estudiante, tanto a los del grupo uno, como a los del grupo dos, a que, si así lo deseasen, hicieran una donación. ¿Qué folleto provocó mayor impacto y más donaciones? ¿El que ofrecía un panorama desolador para millones de personas en cuatro países africanos o el que solo hacía referencia a una niña, con nombre propio, en tan solo uno de ellos? Los investigadores hallaron que mientras el primer folleto, que se refería a millones de personas, recaudó en promedio 1,63 dólares por participante, el segundo, que hacía referencia solo a una niña, a Rokia, consiguió en promedio 2,83.
Estos resultados se explican, en parte, por un fenómeno que se conoce como El efecto de la víctima identificable. Según este efecto, las personas somos más propensas a ayudar personas que podamos identificar mediante un nombre o una foto, en contraste con personas identificadas en cifras estadísticas, representadas en cientos, miles o millones.
De la mano de este hallazgo, el estudio también concluye que tenemos una propensión a renunciar a hacer algún tipo de aporte si el problema al que nos enfrentamos es enorme. Ante las magnitudes de un problema, como la pobreza, y ante la imposibilidad de, con nuestro aporte, resolver la situación en su totalidad, nuestra reacción es fatal: dejamos de ayudar.
Creo que ambas propensiones deberían sugerirnos algo: quizá no está en nuestras manos y en los límites de nuestras posibilidades solucionar problemas de dimensiones globales.
Sin embargo, esta tendencia a ayudar personas, identificadas individualmente, quizá se funde en la certeza de que, con pequeñas o grandes contribuciones, se está mejorando las condiciones de existencia de una persona o se está procurando transformar la situación que deteriora la vida de ese ser humano.
Así, cualquier aporte, por sus impactos individuales, tiene una importancia medular para salvar el mundo de esta o aquella persona.
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