Columnistas
Viva el deporte
Las gentes se saludan efusivamente, intercambian recuerdos, cantan, celebran, comunican en idiomas diferentes, se ríen en un ambiente de camaradería sin igual que se impuso en la Ciudad Luz
Conocemos los múltiples beneficios del deporte bien practicado: mejora la respiración, adelgaza, fortalece el corazón, lubrica las articulaciones, protege contra la depresión, enseña la generosidad, ayuda a saber ganar y saber perder, etc. Sin embargo, pudimos medir la amplitud de sus beneficios sobre toda una sociedad, a través de los Juegos Olímpicos de este año en París, que se organizaron en medio de una alta tensión política que dividió a Francia y alimentó un clima de escepticismo, entre los parisinos.
Hasta se consideró suspenderlos. Vale recalcar que los franceses y en especial los parisinos son famosos por ser muy críticos y quejosos, además de arrogantes. Se dice que “el francés se queja y critica antes, admira mientras y alaba después”. Complicado quizás, pero es lo que está sucediendo.
Sin embargo, con los Olímpicos en marcha y cerca de su final, franceses y turistas dicen sentirse en seguridad en la capital que hasta hace poco les parecía insegura. La presencia masiva de la policía (para neutralizar la amenaza terrorista) ahuyentó de paso a los drogadictos y a los ladrones que solían hacer su verano en París.
Las calles están más limpias que nunca, las zonas verdes mejor cuidadas, los parques adecuados para el entretenimiento en familia, y dotados de pantallas gigantes para deleite del público que no pudo comprar boletos para asistir a los encuentros deportivos en los estadios. Además de otras atracciones como clases de baile, clases de prácticas de deportes varios, restaurantes, zonas de relajación y paseos, etc. Y aprovechados con un extraordinario fervor popular que los JJ. OO. inyectaron a una población habitualmente poco interesada por los deportes.
Los parisinos que salieron de sus casas y se alejaron de la ciudad durante los Olímpicos para evitar el tumulto de turistas, lo lamentaron. Y muchos acortaron su viaje y regresaron a París para disfrutar del magno evento. Y comprobar que sus temores fueron infundados: los problemas de transporte, las restricciones en la circulación, el metro, los taxis y los buses no registraron ningún problema. Hasta el clima fue benévolo. La buena organización y el récord de medallas ganadas por los deportistas franceses contribuyeron a la alegría ambiental.
París hizo el milagro de recobrar para sus habitantes, y solo por unos pocos días, el privilegio de convivir en paz (lo llaman ‘le vivre ensemble’), que la política y la vida dura les habían quitado. Desde que comenzaron los Juegos, París está de fiesta. En las calles las gentes se saludan efusivamente, intercambian recuerdos, cantan, celebran, comunican en idiomas diferentes, se ríen en un ambiente de camaradería sin igual que se impuso en la Ciudad Luz, la más bella del mundo, en aras del deporte y de la solidaridad.
Los héroes del momento ya no son los políticos con sus discursos llenos de odio, sino aquellos embajadores pacíficos que aprendieron a competir sin malas intenciones. La política y su perversidad enmudeció por un rato para darle cabida al amor al prójimo. Todo comenzó hace unos días con una ceremonia de inauguración majestuosa de los Juegos, lastimada en parte por la lluvia y por una torpe inclusión política e ideológica que no gustó a muchos.
Pero todo se calmó gracias a la maravillosa Celine Dion, que embriagó a París de amor con la canción ‘Himno al Amor’ de Édith Piaf y luego con las hazañas de dioses deportivos de excepción como la gimnasta norteamericana Simone Biles o el fabuloso nadador francés Léon Marchand. El fervor colombiano ante la participación de sus equipos me emocionó particularmente. En resumen: la 33.ª edición de los Juegos Olímpicos en París resultó todo un éxito y logró su cometido. Y la perspectiva de un futuro mejor. Que así sea.