Editorial
La otra pandemia
Las cifras de feminicidios evidencian que los Estados han fracasado en su tarea de proteger a la mujer. Pero también son un espejo de cómo la sociedad se ha venido acostumbrando...
En los últimos días el mundo ha seguido atentamente -con una mezcla de asombro, indignación y repugnancia- el caso de Gisele Pelicot, la mujer francesa a la que su esposo mantuvo drogada para ser violada por él mismo y otros 70 hombres a quienes la ofreció como un juguete sexual durante casi una década. También, por estos días, el planeta entero se ha conmovido con el terrible crimen de Kristina Joksimovic, una ex reina de belleza de Suiza que fue asesinada y luego descuartizada por su esposo, con quien tenía dos hijas.
Esos dos hechos escabrosos han tenido un impresionante despliegue mediático, que se explica no solo por el nivel de salvajismo presente en ellos, sino también porque ocurrieron en países desarrollados de Europa en los que no suelen conocerse noticias de estas características. Y, como es apenas lógico, ese enorme cubrimiento ha despertado una ola de indignación mundial.
Ambas noticias han servido para llamar la atención nuevamente sobre cómo la violencia contra la mujer se convirtió en una terrible pandemia global, con una marcada prevalencia del fenómeno del feminicidio en regiones como Latinoamérica. En efecto, según datos del Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe de la Cepal, alrededor de 15.000 mujeres fueron víctimas de feminicidio en 26 países de América Latina y el Caribe entre 2020 y 2023. La cifra incluye a miles de niñas, mujeres y mujeres trans, que perdieron la vida por razones vinculadas a su género.
La pregunta que vale la pena hacerse al respecto es por qué, si la violencia contra la mujer ha crecido en tales proporciones, la misma reacción que hemos visto en los últimos días no se repite de forma frecuente y con la misma intensidad ante otros hechos similares.
Y la respuesta es que, tristemente, el mundo ha normalizado esta terrible tragedia, casi convirtiéndola en paisaje. Las cifras de feminicidios evidencian que los Estados han fracasado en su tarea de proteger a la mujer. Pero también son un espejo de cómo la sociedad se ha venido acostumbrando a que se trata de un mal imposible de erradicar. Tal vez por esa razón, solo cuando los medios incluyen en su agenda informativa algunos casos que consideran ‘especiales’, el mundo recuerda la gravedad de lo que pasa cotidianamente en todas partes.
La realidad es que la violencia contra las mujeres no se detiene y, por el contrario, continúa creciendo. El Valle del Cauca es un fiel reflejo de ello. Hasta el 8 de septiembre de 2024, en Cali se habían registrado 42 homicidios, 9 de los cuales fueron tipificados como feminicidios. Entre tanto, Según el Observatorio de Género de la Gobernación del Valle, en el departamento ya van este año 79 homicidios de mujeres y 18 feminicidios, 7 más que el año pasado, cuando se presentaron 11 casos.
¿Por qué seguimos aletargados ante esta realidad? ¿Por qué no vemos en Colombia una justicia que actúe como se ha hecho en Francia? Ojalá, la voz digna y valiente de la señora Pelicot permita que el mundo avance hacia lo que ella ha pedido: “Que la vergüenza cambie de bando”.