Más que solidaridad
Lo que no tiene duda es el abandono que vive ese departamento, el cual sólo vuelve a las primeras páginas de los medios de comunicación cuando se presentan dramas como las inundaciones o cuando la delincuencia de todos los orígenes causa tragedias. Y cuando la corrupción aprovecha para apoderarse de los pocos recursos que reciben los entes territoriales, dejando a la población en los peores escenarios de miseria, atraso y desamparo.
El departamento del Chocó vive hoy una emergencia que no por ser repetida puede aceptarse como normal. Sus habitantes padecen el embate del invierno que desborda los tres ríos principales de la región, aumentando la crítica situación de necesidad que vive esa zona del país.
Son más de veinte mil personas, habitantes de los municipios de Juradó, Andagoya, Sipí, Medio San Juan, Alto y Bajo Baudó, Lloró, Istmina, Carmen del Darién, Riosucio, Litoral del San Juan, Bahía Solano, Condoto, Tamaná o Bochoromá, los que padecen la tragedia producida por el desbordamiento de los ríos San Juan, Atrato y Baudó. Miles de hectáreas inundadas, las calles de las cabeceras convertidas en ríos, las casas y negocios arrasados por los caudales que se han reducido al bajar las lluvias.
Y todo puede adjudicarse en principio a la temporada invernal que con frecuencia aparece en el Chocó, una de las regiones con mayor lluviosidad del mundo. Sin embargo, no sería extraño que los desastres producidos por la minería ilegal que afecta los cauces y en muchas ocasiones desvía los afluentes, también estén en el origen de la emergencia.
Lo que no tiene duda es el abandono que vive ese departamento, el cual sólo vuelve a las primeras páginas de los medios de comunicación cuando se presentan dramas como las inundaciones o cuando la delincuencia de todos los orígenes causa tragedias. Y cuando la corrupción aprovecha para apoderarse de los pocos recursos que reciben los entes territoriales, dejando a la población en los peores escenarios de miseria, atraso y desamparo.
Por supuesto, al Chocó han llegado ya las ayudas y el Presidente de la República se ha hecho presente allí, llevando el mensaje de solidaridad y la asistencia que sea posible. Cientos de toneladas de alimentos e insumos son repartidas por la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo, mientras muchos otros organismos nacionales e internacionales han ofrecido recursos y suministros de socorro para las víctimas del desastre natural que se abate sobre esa región.
Pero, una vez pase la emergencia, siempre se vuelve al mismo punto. El Chocó regresa al segundo plano, muchas de las promesas se olvidan y el progreso no se asoma por la región. Nada parece conmover al centralismo del Estado para tratar de ofrecer una perspectiva distinta a los chocoanos, donde se exploten sus ventajas, se creen fuentes de trabajo y se les prepare para enfrentar los rigores de la naturaleza que los rodea.
Es como un círculo vicioso que aprisiona una de las zonas con mayor diversidad ambiental del planeta: el cambio climático, los daños causados por una minería incontrolada que destruye sus ríos y el equilibrio ecológico, la delincuencia que aprovecha las dificultades de su selva para explotar el narcotráfico y la falta de oportunidades para que los chocoanos puedan tener una vida decente y tranquila.
Eso es lo que Colombia debe romper con algo más que solidaridad. El Chocó no puede seguir siendo el departamento con mayor pobreza, del cual emigran sus habitantes para buscar el progreso que merecen como integrantes de nuestra nación.