En la selva, solidaridad significa vocación de supervivencia. Una enseñanza que los excombatientes de las Farc se niegan a olvidar, así ya no estén en la guerra.
Como tampoco olvidan que el miedo no era algo que cupiera en sus morrales. Por eso, cuando la mayoría de los caleños optaba por resguardarse en sus casas por temor al virus, una veintena de ellos contactó a las autoridades municipales para que les permitieran hacer parte de las brigadas que han llevado alimentos a esos sectores de la ciudad donde nadie quiere ir y menos en época de coronavirus.
Fue así como el viernes de hace dos semanas, René, líder de Serviampaz, una de las cooperativas que los exfarianos han creado en Cali, se sumó al grupo de funcionarios de la Secretaría de Educación y demás voluntarios que durante tres días seguidos les tocó en suerte atender a la población más necesitada de El Calvario, Sucre, San Bosco y San Nicolás.
Las jornadas empezaban a las siete de la mañana y terminaban a las cinco de la tarde, cuando ya no quedaban más de las cajas que contenían lentejas, arroz, azúcar, sal, fríjoles, harina, atún, pasta y refrescos.
Eso sí, salvo el Secretario de Educación, ninguno de los casi 20 dadores de comida sabía que él y sus cuatro amigos eran excombatientes: la violencia los ha llevado a extremar las medidas de seguridad.
Y una semana después la solidaridad tomó un rostro más cercano: los mercados que debieron repartir iban para 250 familias de excombatientes en condiciones de vulnerabilidad y familiares de prisioneros. Esta vez el oferente, además de la Administración Municipal, fue la Arquidiócesis de Cali.
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En Siloé, las cosas son distintas. Varios líderes de Coopripaz, otra asociación de reincorporados, fueron contactados por la Secretaría de Bienestar Social para esa misión precisamente por la empatía que han logrado con la comunidad.
Y Leonardo, quien durante doce años perteneció a la columna Jacobo Arenas de las Farc, no dudó en decir sí a la cruzada humanitaria. “A nosotros nos formaron en el rigor del combate, pero también nos dieron formación política y social”, explica.
Total, el primer lunes de abril, junto a diez compañeros, se sumó al centenar de almas que entre funcionarios, voluntarios, Ejército y Policía llegaron a las tres de la madrugada hasta lo más alto de Lleras para tocar a la puerta de mil ranchos para entregar ese número de mercados.
“Fue muy complicado porque en cada casa no salía una familia sino seis o siete y el temor era que se produjera una asonada porque lo que había no alcanzaba para todo el mundo”, cuenta reconociendo el alivio que sintió al saber que sus antiguos adversarios estaban ahí ahora para cuidarlo.
Ahora él y sus compañeros tienen una segunda misión en desarrollo: el Lunes Santo recorrieron los sectores de San Francisco y La Nave, también en Siloé, y censaron seis mil familias necesitadas. Esa información será contrastada con las bases de datos de los programas sociales del Estado para priorizar los hogares que no reciben ninguna ayuda y poder atenderlos.
“Estamos esperando que nos llamen. Lo hacen de noche y en total secreto, como si fuera un operativo militar”, revela Leonardo, dispuesto a seguir sumando para combatir no solo al coronavirus sino también el hambre.
Y mientras tanto, en el otro extremo de Cali, en el Distrito de Aguablanca, cuatro familiares de reincorporados pedalean dos máquinas cosiendo lo que anhelan sea una esperanza de emprendimiento, pero también la garantía de que quienes permanecen en las antiguas zonas veredales puedan alejarse del contagio del Covid-19.
Paso Colombia, que financia varios proyectos productivos de excombatientes, donó insumos a Serviampaz para la elaboración de 12 mil tapabocas con el sello de la reconciliación.