Como lector he visto al río manifestarse en varios escenarios; ya sea para favorecer al olvido contra la amargura y el dolor provocados por el desencanto, o convertido en un cómplice cercano lleno de tragedias y hazañas que enaltece el presente o el futuro de sus personajes. Sin embargo, con la novela ‘Eliador y el viaje de regreso’ de la escritora colombiana Gloria Cecilia Díaz (ganadora de El Barco de Vapor en España y el Premio Iberoamericano de Literatura Infantil y Juvenil), pude reconocer en el río una magia especial que reivindica el pasado de los hombres y las mujeres.
Escrita con fervor y elocuencia, ‘Eliador y el viaje de regreso’ enmarca una serie de paisajes cuyos sonidos se aferran continuamente al misterio de la naturaleza. Para leer esta obra es preciso, en primera medida, despertar todos los sentidos que nos permitan apreciar la frescura infinita del trópico, escuchar el canto inquietante de las aves multicolores alzando el vuelo con libertad por la inmensidad de los árboles, observar con aire de intriga a los animales salvajes que, mediante un lenguaje misterioso, nos revelan ciertos secretos transmitidos por el encanto de la selva y, sobre todas las cosas, acogernos al cariño incondicional de Eliador. El paraíso expuesto en cada párrafo es un óleo que se traza con suma delicadeza para que los lectores, de muchas maneras, experimenten una larga travesía hacia la añoranza por medio de los espejismos.
La historia nos señala a un anciano Mateo quien, junto con su eterna compañía; el gato de oro Aristóbulo, sienten los pasos de la muerte acercarse a sus cuerpos cansados. Ante esta inminente verdad, Mateo pide a su eterno padre; el río Eliador, un último deseo: consiste en explorar un viaje en balsa por los instantes más gloriosos del pasado. Cumplida esta obsesión, los primeros encuentros de Mateo y Aristóbulo surgen con extraordinaria nitidez por los orígenes de una vida entregada a la riqueza infantil, inquieta y obstinada; expuesta a los constantes peligros ocasionados por la avaricia de los mineros y su afán de progreso. En las siguientes travesías, Eliador les enseña, con milagrosa precisión, los encuentros casuales de aquellas personas que han sido influyentes en la vida de sus dos viajeros. Desde una mujer dueña de una isla quien, para mantener la unión de sus animales de color azul, los protege con la fuerza de su vigor cuando vislumbra la presencia de algún intruso, hasta los trabajadores incansables de los barcos; quienes arriesgan sus vidas en el mar como un precio necesario para escapar de esa vida tranquila que tanto alardean los mal llamados hombres civilizados.
La riqueza narrativa es proporcional al misterio que abunda en sus episodios. Por lo tanto, esta novela, si bien puede leerse con sencillez, en ningún momento pasa desapercibida en cuanto a la belleza de sus símbolos que poco a poco nos pueden sumir en un profundo hechizo. En sus palabras se esconden el dolor, la gloria y el anhelo por mirar atrás y encontrar el coraje de dos seres que, finalmente, han descifrado el verdadero valor de la naturaleza. Ambos se esmeran por cuidar su paraíso contra los horrores del progreso y por mantener viva una llama de eternidad que solamente su padre Eliador les ha concedido gracias a la nobleza de sus almas.
En cada momento del viaje, hay un nuevo descubrimiento del ayer que reaviva la nostalgia de estos dos aventureros. Por eso, cuando la muerte se aproxima, los episodios de la memoria se presentan cada vez más cercanos, más vivos y más conmovedores. Gracias a este conjuro fantástico los lectores, aparte de tener una idea singular de la obra, pueden también proponerse un desafío íntimo; consiste en ubicar aquellos escenarios heroicos de ese pasado que tanto añoran, para así emprender una travesía sincera similar a la de Mateo y Aristóbulo. A lo mejor experimenten una liberación que solo un río como Eliador puede engrandecer mediante el poder de sus aguas.