“Llegará el día en que pueda hablar de esto sin llorar”, sentencia Cecilia con las mejillas inundadas. Quizá no lo advierte, pero luego de eso sonríe, se seca y una fuerza arrolladora emerge de sus palabras, que hablan de ayudar a otras mujeres y de cómo pone una a una las piezas para hacer realidad el sueño de su restaurante.
Tenía 15 años cuando un comandante del ELN de su pueblo, en Nariño, se encaprichó con ella y en un absurdo día irrumpió en su casa y en ella misma. La dejó embarazada, con el alma y el cuerpo destrozados y una historia muy dura por vivir.
Mientras cuenta su relato, su hijo, ya joven, escucha música en el cuarto de al lado y ella dice que él es el motor de su existencia. Está muy orgullosa de su muchacho, que estudia una carrera técnica, busca una beca en la universidad y le ayuda en el negocio familiar de comidas: una caseta donde venden mecato y deliciosos almuerzos.
Lo tuvo pese a todos los miedos, abrazada por el amor y la lealtad de su familia. Cuenta Cecilia que estuvo encerrada casi tres años con su bebé por el miedo a que se cumplieran las amenazas del grupo ilegal de llevárselo. Luego tomó la difícil decisión de irse a trabajar fuera y dejar al niño con la abuela para poder buscar cómo sobrevivir.
Durante cinco años se vio obligada a amarlo a distancia y a trabajar en una casa grande cuidando dos hijos ajenos. Allí aprendió a cocinar por instinto y se enamoró de explorar sabores e ingredientes nuevos. En medio de la adversidad nacía una chef.
Luego pudo llevarse a su hijo con ella, al Valle del Cauca. Como lo hace contando esta historia, se limpió las lágrimas y decidió seguir. “Vencer esos demonios siempre es muy terrible, pero poco a poco los he ido venciendo. Me he dicho ´no me puedo quedar ahí en ese dolor´ y Dios y mi hijo me han dado las fuerzas. Fue difícil, horroroso, pero mi tarea ha sido no quedarme atascada”, dice.
Ella siente que está a la mitad del camino, porque las heridas que deja un abuso sexual son profundas. “Lo más difícil es no poder contestar cuando preguntan que dónde está el padre de mi hijo, que por qué me embaracé tan joven, porque no se puede decir al menos que es que se fue y me abandonó. No. Toca contar todo desde el comienzo y pues cómo... Lo más difícil es sentirse como rechazada por uno mismo...”.
De ese rechazo interior habla con énfasis cuando explica de la labor que hoy hace orientando a otras mujeres que han padecido lo que ella vivió. Muchas, asegura, aún no son capaces de contar lo que les pasó y se sienten avergonzadas o se asumen como culpables. “Quiero que puedan hablar y tomen esa vocería, que puedan desahogarse y no vivir sumidas en el dolor, porque no fue su culpa”.
Cecilia aprovechó un curso para víctimas del conflicto que daban en una escuela gastronómica, luego encontró la manera de hacer un técnico en culinaria y en su foto de perfil de WhatsApp ya aparece hermosa vistiendo su blanca filipina. Se confiesa excelente pastelera y se ve a futuro especializándose en salsas mexicanas.
En compañía de su esposo, hace planes para comprar una casa y poner afuera el restaurante que tanto quieren con sabores nariñenses para paladares del Valle del Cauca.
El diálogo con esta nariñense se da con motivo del 25 de mayo, fecha en la cual se conmemora el Día Nacional de la Dignidad de las Mujeres Víctimas de Violencia Sexual en el marco del conflicto armado interno. Ella trajo a la cita su propio mensaje escrito, que en uno de sus apartes dice:
“Más allá de nuestra condición de ser víctimas es rendir homenaje a todas esas mujeres que con valentía y coraje hemos roto ese silencio, hemos vencido nuestros demonios internos, hemos peleado batallas y luchas. Queremos decirle que no somos un botín de guerra”.
Cecilia hace parte de las cifras de violencia sexual: 34.067 víctimas en Colombia, de las cuales 3.007 están ubicadas en el Valle, pero ella es todo menos un número.
*Por Luz Jenny Aguirre Tobón/ especial de la Unidad para las Víctimas