Álvaro Gómez Hurtado exigía de los colombianos un “acuerdo sobre lo fundamental”. Yo, que siempre estuve al tanto de lo que decía –y hacía- el dirigente conservador, nunca entendí, porque tampoco explicó, qué era lo fundamental que debía contener el acuerdo.

Igualmente, quedé sin entender cuál era “el régimen” que Gómez clamaba por su extinción, cuando él era parte destacada del “régimen”, pues siempre fue actor de alto coturno en la escena política nacional.

Ahora se le pide al presidente Petro que ponga todo su empeño para el logro de un acuerdo nacional, pero nadie expone los puntos sobre los que debe versar esa conjunción de voluntades, y lo que es para mí un misterio, con quiénes debe reunirse el jefe de Estado para suscribir el tal acuerdo.

Petro basó su campaña presidencial en unos puntos que son inmodificables de su agenda gubernamental: las reformas de salud, pensional, laboral y agraria, todas en este momento de tránsito en el Congreso, que según entiendo es la máxima expresión de nuestro sistema democrático.

En mí sentir, es al Capitolio a donde deben llegar las propuestas para el acuerdo nacional, porque allí está congregado todo el espectro político para que se debatan los términos y se llegue a un texto que a todos satisfaga.

Fuera de las cámaras legislativas, no veo cuáles son los patricios con los que deba acordar el presidente, porque todos los que se autoproclaman dirigentes como César Gaviria, Germán Vargas, Claudia López, Efraín Cepeda y Álvaro Uribe, tienen enfoques negativos, también inmodificables, sobre esas reformas, de las que Petro no dará marcha atrás.

Es en el recinto parlamentario donde deben darse las soluciones para que Colombia salga de esta tremenda polarización, que puede dar al traste con la democracia colombiana –perfunctoria, como la calificó Alberto Lleras-. En las augustas salas están los más brillantes líderes de todas las colectividades. No está Uribe, pero allí están Paloma Valencia y María Fernanda Cabal. No está Germán Vargas, pero allí está David Luna. No está Claudia López, pero allí está Angélica Lozano. No está César Gaviria, pero hay allí liberales surtidos. Y sí están Efraín Cepeda, conservador, y otro Cepeda, Iván, que a mi juicio es la estrella del Pacto Histórico.

Hay que aterrizar. La política es el arte de lo posible, y no veo que el presidente, a punta de tinto en la Casa de Nariño, pueda conseguir que la vieja casta política que lo detesta -y de la que él también abomina- pueda redactar con él ese difícil tratado.

Toda la gente sensata desea una Colombia mejor, más incluyente, que salga del oprobioso segundo lugar –después de Haití- como país más desigual del mundo. Que calle el tronar de los fusiles, y que haya seguridad urbana y rural. Y educación para toda la juventud.

Para eso se necesita ánimo conciliador, y permitir que Petro concluya su período, para que en 2026 tengamos una elección que defina si queremos seguir con un gobierno progresista o con uno diametralmente opuesto, porque el centro político dejó de existir, y no lo resucita ni “el triste, el dulce, el pálido Nabí de Galilea”, como nombraba a Cristo el maestro Guillermo Valencia.