Por: padre José Over Gallego Londoño , delegado para el Dpto. de Comunicaciones de la Arquidiócesis de Cali.
Hemos iniciado un nuevo año civil. Con él, hemos celebrado la fiesta de la Epifanía del señor y hoy el bautismo del señor. Dos celebraciones Cristo céntricas. Nos señalan a Jesús, centro de la vida y de la historia. Revelado a las naciones, al mundo entero, en los reyes magos. Con ellos, le adoramos, le reconocemos como Rey y Mesías.
Podría decir que es un excelente itinerario espiritual para este año 2022: Jesús el centro de mi vida, de mi familia, de mi historia. Él, marcará todo mi caminar este año. Iluminará mis pasos, fortalecerá mis principios, guiará mis decisiones, inundará mi ser.
Juan Bautista nos ayuda con su claridad mesiánica: “Yo no soy digno de desatar la correa… yo les bautizo con agua, él les bautizará con Espíritu Santo. Su misión es extraordinaria: señalar el camino”. Ese es el cordero de Dios. Preparad el camino.
Juan nos lo muestra, nos lo señala, nos indica que es a él a quien hay que seguir. Que es Jesús el mesías y salvador.
Qué hermosa teofanía vemos hoy en el Jordán: “Se abrió el cielo y se escuchó una voz: este es mi hijo, en quien me complazco”. Ahora, enseña el catecismo de la iglesia católica, “el espíritu que Jesús posee en plenitud desde su concepción, viene a posarse sobre él. De él manará este espíritu para toda la humanidad. Se abrieron los cielos que el pecado de Adán habían cerrado; y las aguas fueron santificadas por el descenso de Jesús y del Espíritu como preludio de la nueva creación”.
Hemos sido bautizados en el señor, hemos recibido su Gracia. “Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí”, dice el apóstol Pablo. Dejemos que ese espíritu de Jesús se note en nuestro actuar. Vivamos nuestro bautismo como pertenencia. Somos del señor. Somos su obra. “Que quien me mire te vea”, que sea tan transparente mi actuar que mi vida y mis obras sean un grito profético para el mundo.
Es un compromiso enorme de verdad si Cristo vive en mí, mostrarle al
mundo la grandeza de creer, el rostro de Dios para un mundo de incredulidades, de falta de fe. Mi caridad, mi amor al prójimo, el respeto por el otro y sus diferencias, mi honradez, mi transparencia en el hablar y obrar, sean un grito profético de la presencia de Dios. Un compromiso leal con el mundo y la historia, con el hombre y la naturaleza que nos hagan crecer, luchar y amar.
Muéstrale al mundo que eres bautizado, que le perteneces al señor, que vale la pena jugársela por ser un hijo de la luz. Que lo que Dios quiere es que caminemos juntos, subidos en la misma barca. El día de tu bautismo el cielo se abrió para recibirte, y el Espíritu Santo llenó tu vida, tu ser. Renueva cada día tu propio bautismo y tus compromisos de vida cristiana.