Por: monseñor Darío de Jesús Monsalve Mejía, arzobispo de Cali
Vencer la ley de la gravedad que nos ata a nuestro suelo, para dejar de “estar ahí plantados mirando al Cielo”, significa ascender interiormente a la responsabilidad de transformar nosotros mismos esta historia que somos y hacemos juntos.
Es el desafío de Jesús, cuando se nos separa, para que nosotros construyamos su proyecto de la soberanía del amor o Reino de Dios, preparando su retorno glorioso. “Mientras los bendecía, se separó de ellos”. “Revístanse ustedes de la fuerza de lo alto” y “lleven la conversión y el perdón a todos los pueblos”, fue su mandato final. Es el domingo de La Ascensión del Señor, el séptimo de Pascua y previo a Pentecostés.
La cincuentena de apariciones del resucitado para consolidar su Iglesia naciente, nos habitúa a este estilo de vida nueva, transfigurada por el amor y la fraternidad, por esa comunión con Jesús y su gloria, por ese vivir con los pies en la tierra, pero con el alma ya entregada al Resucitado, liberada del miedo a morir y de las falsas seguridades idolátricas de las culturas e ideologías humanas.
Es el tipo de personas y de comunidad eclesial que deja Jesús. Son quienes “predicarán la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén”. Son el germen de la nueva humanidad, que saldrá de su resguardo espiritual a la plaza, consumidos por el fuego que desciende como lenguaje del Amor entre Cristo y Dios Padre con la humanidad en su diversidad.
Evangelio, conversión, perdón, vida nueva y comunidad eclesial, son los eslabones de esta ruta de ascensión: vivir no es ahora una línea curva de una vida que nace, crece, produce, se reproduce, envejece, muere y se sepulta. Esa es la ruta vieja.
Ahora la vida en Jesús, el vivir humano desde el espíritu, pero, sobre todo, “con Espíritu Santo por dentro y con Jesús en medio”, es una línea ascendente, un continuum vital, una vida única, que vive las contingencias físicas de la línea curva, pero disfruta de esa unidad anticipada que Cristo Resucitado le confiere a la vida humana, liberándola del poder de la muerte y del peso de la gravedad y de la culpa.
Las lecturas que acompañan este Domingo de Ascensión (Hechos 1,1-11 y Efesios 1,17-23) nos ayudarán a entender esta ruta de vida única y de plenitud anticipada. ¡Gracias a Dios por quienes ya son “testigos de esto” con el ejemplo maravilloso de sus vidas.
Estos ejemplos de hombres y mujeres llenos de futuro, de esperanza viva, los necesita el mundo hoy más que nunca. Las realidades son un mensaje incierto, ante la violencia de las guerras, del armamentismo social, de la inseguridad ciudadana y la corrupción de las instituciones.
Nuestra misma patria colombiana, entra en encrucijadas de cambios sin violencias o de violencias para que nada cambie. Elijamos, votando o no, construir una patria de todos, con todos, para todos.