Sería sano que nos digamos la verdad sobre la dictadura en la que ha descendido Venezuela. De no hacerse algo radical, esta dictadura seguirá perpetuándose a la fuerza, con el respaldo cómplice de las Fuerzas Armadas de ese país. El robo patente y descarado del triunfo arrollador de la oposición en las pasadas elecciones presidenciales es prueba suficiente. También es claro que ni la OEA ni sus vecinos tienen los mecanismos y/o capacidades para sacar al régimen del poder, a pesar de las posiciones erguidas de Argentina, de El Salvador, y de Chile. Resaltan, pero por bajas y ruines, las posiciones de democracias como México y Brasil, pero especialmente la de Gustavo Petro aquí en Colombia.
A partir de la ilegítima posesión de Nicolás Maduro el pasado viernes, se endurecerán las sanciones internacionales, pero el régimen sobrevivirá gracias al apoyo de sus aliados Rusia, China e Irán, y sobre todo, gracias a la corrupción de sus redes de narcotráfico, contrabando y extorsión, donde están involucrados casi todos sus Generales. No podrá decir el mundo o algunos ‘mamertos criollos’, que Venezuela no ha organizado oposición y, por lo tanto, se ‘merece su suerte’. La campaña triunfante en las urnas de Edmundo González y María Corina Machado prueba lo contrario.
Pero nada de esto sirve cuando quienes se aferran al poder también tienen el monopolio de las armas con la cúpula militar comprada, más colectivos paramilitares que asesinan e intimidan a opositores. No habrá fuerza multinacional que haga nada al respecto, ni por mandato de la OEA, ni por parte de Naciones Unidas. Venezuela, abandonada a su suerte… excepto por Estados Unidos, el único país que, por intervención directa o a través de contratistas militares busca recompensas, podría derrocar la dictadura. Y antes que los izquierdosos me reciten el ladrillo de libro ‘Las venas abiertas de América Latina’, quiero recordarles que, en los últimos 50 años, la potencia norteamericana solo ha intervenido militarmente en dos países de la región: Granada en 1983 y Panamá en 1989. Y ambos, a raíz de esas intervenciones, transitaron de ser dictaduras a democracias estables. Todo dependerá de Donald Trump una vez posesionado.
Y no sería una guerra convencional de ninguna manera. A los primeros ataques de precisión, los obesos Generales bolivarianos, que se espantaron con un dron en una manifestación, saldrían despavoridos. No se necesitarían más de 2 mil comandos altamente entrenados para neutralizar la guardia cubana y rusa alrededor de Miraflores. Una rápida negociación con Putin, que le encanta recibir dictadores genocidas, podría resolver el nuevo hogar de Maduro y sus 400 ladrones. Un indulto generalizado cubriría al resto. Y chu chu chu, se restaura la democracia en Venezuela, bajo las protestas hipócritas de los progresistas latinos.
Pero tampoco la tendrían fácil Edmundo y María Corina después. Las garras del narcotráfico han echado raíces profundas en Venezuela y su frontera está plagada de insurgentes terroristas colombianos. La economía y su capacidad de producir bienes y servicios, y sobre todo alimentos, está devastada. La reconstrucción será entonces una tarea monumental en la que el mundo tendrá que involucrase activamente con generosidad. Y allí debe estar Colombia como el socio y vecino de preferencia, creando y usufructuando riqueza conjunta. Si solo Gustavo Petro entendiera…
Posdata. El sistema de salud colombiano se dirige de manera directa e irreversible al colapso seguro al que lo quiere llevar el gobierno, resultando en cientos de miles de muertes y en notorio deterioro de la calidad de vida para millones. ¡Cortes y Congreso… hagan algo!