Han estado movidos estos días a raíz de tumbadas en Colombia con historias de alto ‘pedigrí’.
En Medellín, Alejandro Estrada y su madre Olga Cardona convencieron a un buen grupo sobre su supuesto abuelo, Venencio Cardona, poderoso agricultor y ganadero español, quien habría dejado a su nieto un gran patrimonio siempre que este demostrara que había constituido empresa, era trabajador y hombre de bien. Como si fuera poco, el premio conllevaba el título nobiliario de Duque de Cardona, emblemática familia no de Aguadas, Caldas, sino de Córdoba, España.
Los inversionistas en financiar el proyecto ‘recuperación del patrimonio y del título nobiliario’ acompañaron a Alejandro incluso a Madrid a una cena con el Rey, que obviamente no se dio, pero que exigió a los paisas del billete, tomar clases de protocolo en Medellín para no quedar mal ante su Majestad y ellas debieron enviar fotos con sus trajes, algunos Carolina Herrera, para garantizar que doña Letizia no iría igual a las agraciadas latinas. Tanta mentira terminó siendo descubierta y los Estrada Cardona huyen con los US$300.000 captados.
En Bogotá, el empresario taurino Felipe Rocha Medina convenció a sus amigos de Anapoima, del Anglocolombiano, su grupo de motos y demás, a invertir en un fondo ganadero que daría entre el 30% y el 40% de rentabilidad. Con la llegada de nuevos incautos, se pagaban los intereses de los primeros, y así sucesivamente se consolidó un esquema Ponzi, que en Colombia llamamos Pirámide. Tras el buen nombre de la familia y el ‘glamour’ de Rocha, llegaban colas de inversionistas que consideraban muy exclusivo hacer parte de semejante fondo y más aún del selecto grupo de inversionistas que hasta hijo de expresidente de la República tenía.
Estas pirámides se caen cuando se adelgaza el número de nuevos inversionistas y las bases de la pirámide no ven llegar los réditos; allí todo se destapa. Hoy la madre de Felipe trata de solucionar con otros bienes la embarrada de su hijito, que puede ir a la cárcel. Los inversionistas prefieren no dar la cara, unos por razones fiscales y otros por física pena.
Como estas, la lista de tumbadas en nuestro país es incontable y lo más triste: sigue sucediendo. Definitivamente no aprendemos que la mejor manera de hacer un patrimonio es sobre el trabajo honrado basado en la construcción del prestigio personal. Este atrae propuestas laborales y sociedades equilibradas. Que no se debe gastar más de lo que se gana y que el ahorro es una conducta imperativa. Que se puede vivir sabroso midiendo que no se afecte el capital. Que la ostentación y el arribismo son la fórmula nefasta para arruinarse: se debe vivir rico de acuerdo con las posibilidades de cada uno y no según el nivel de los demás.
Aprender que no se deben poner los huevos en una misma canasta y para ello se debe tener tranquilidad sobre las entidades donde se llevan los depósitos. Que se deben diversificar las inversiones, así estas sean pocas. Que las sociedades deben hacerse solo con personas de total confianza y a quienes se pueda evaluar y controvertir. Que los acuerdos con socios no deben quedar de palabra sino soportados con cláusulas que prevean pesimistas escenarios, solo así se tendrá claridad sobre qué pasaría en momentos difíciles. Que invertir en emprendimientos tecnológicos y en criptomonedas es para quienes tienen mucho capital de riesgo y no para ahorradores en vía de consolidar su patrimonio.
Finalmente, que los condes y los reyes solo están en Ginebra y que es mejor ir despacio y dormir tranquilo, que tener insomnio por cuenta de la ambición desmedida y de la Dian merodeando.