La Semana Santa, además de su trascendental connotación religiosa y turística, tiene una relevancia psicológica: es el primer corte profundo que tiene el año. Normalmente la revisión de este primer trimestre marca la confianza empresarial para los nueve meses siguientes y si nos guiamos por el adagio popular “En el desayuno se sabe cómo va a estar el almuerzo”, el panorama nos llena de preocupación, pero también de reflexiones hacia el futuro inmediato.
Yo no recuerdo un comienzo de año igual, con excepción del pandémico 2020. Sobre todo, porque veníamos con el optimismo generado en el 2022, año de reactivación económica. La llegada del nuevo gobierno y su manejo de bandazos, ministros ideologizados y sin formación gerencial que parecen no responder a una dirección metódica, en medio de un panorama internacional complejo con impacto en los precios, han generado un clima de incertidumbre que deja al gobierno con defensores emocionales o politizados, pero no abanderados basados en cifras y programas convincentes. La tormenta perfecta. Nada más parecido a estar en un barco de los de ‘Piratas del Caribe’ con una cantidad de filibusteros amargados liderando el galeón, en ausencia del capitán, quien entre alicorado y con ínfulas de ser reconocido como el gran almirante de todos los océanos, mantiene al barco al garete en medio del vendaval.
¿O es lógico el proceso de concertación con la ministra Corcho quien, con su terquedad y prejuicios sobre el sector, insiste en destruir uno de los más evolucionados sistemas de salud? ¿Y qué tal la incertidumbre generada con la reforma laboral? Con visión populista yo también llenaría de derechos y protecciones a los trabajadores. Pero quien tiene una leve interpretación del mercado, comprenderá que el encarecimiento de vínculo laboral y la ausencia de flexibilidad, simplemente derivará en una reducción del empleo y en una parálisis de creación de nuevas fuentes de trabajo. ¿Cómo creer que por ejemplo el turismo y la gastronomía, podrán sustituir los hidrocarburos, si lo hacemos inviable al entorpecer la relación con su principal insumo: la contratación de buen talento? Y así, podemos pasar por cada ministerio, desde los invisibles hasta aquellos que como el de Defensa, se están distinguiendo por la reducción de las Fuerzas Armadas, disminuidas en sus líderes y en su moral, al tener al frente a quien debiendo ser el gerente, tiene alma y proceder de liquidador.
No me detendré en la Vicepresidenta pues teniendo la oportunidad de mostrar liderazgo en el equipo y generar confianza, su actitud y sus expresiones marcan un resentimiento que solo produce desazón y la convierte en una interlocutora ausente. El cambio en las costumbres y las lecciones de moral se han ido al piso por casos como el de Nicolás Petro, proceso que apenas está empezando. Este caos interno debería obligar al líder a organizar su gabinete alrededor de la estrategia, pero él prefiere pelear con Bukele, porque a Petro no le interesa ser el líder que mejoraría la vida a millones de colombianos, sino el reconocimiento internacional como el gran líder latinoamericano de la izquierda.
¿Qué nos queda a los colombianos el resto del año? Aprender a nadar en medio de aguas difíciles, empujar desde lo empresarial y defendernos desde lo cívico y lo político. Fortalecer la oposición con argumentos y siempre pensando en lo mejor para los colombianos, pero de ninguna manera cruzarnos de brazos porque el loco capitán tiene más posibilidades de naufragar que de llevarnos a buen puerto.