Las instituciones venezolanas han sido usurpadas por un régimen cada vez más militarizado, violento y lejano de la democracia, al que poco le importa lo que digan o piensen desde la comunidad internacional. La oposición, a su vez, ha demostrado que busca agotar todas las alternativas pacíficas y democráticas para recuperar el poder, desde el experimento de Guaidó hasta su participación en las elecciones de 2024.

Ha sido admirable la lucha reciente de líderes de la oposición como María Corina Machado y Edmundo González, que a pesar de lo sombría que resulta la situación, siguen intentando encontrar un camino para el regreso a la democracia y a la alternancia del poder. Pero el régimen lo ha dejado claro: ni a las buenas ni a las malas devolverá el aparato burocrático que ahora controla por completo, y sin vergüenza ante el mundo ha recurrido a mecanismos tan tramposos y oscuros como el fraude y la persecución.

Mientras la incertidumbre y la tensión definen el panorama político en Venezuela, los países de nuestro hemisferio no se han quedado en la inacción. Varios gobiernos de derecha y de centro han recibido al candidato ganador Edmundo González, a quien han reconocido como presidente legítimo de Venezuela, y varios dirigentes de izquierda, liderados por el gobierno de Chile, han rechazado el golpe a la democracia que Maduro y su cúpula dieron esta semana. La oposición venezolana ha encontrado un respaldo formidable de parte de más de una docena de gobiernos, luego de los atropellos que ha sufrido en la arena local de su país.

Por eso es tan vergonzosa e indignante la postura del gobierno de Colombia, uno de los aliados más importantes de Venezuela durante casi dos siglos. Sin ofrecer el menor guiño a la lucha de la oposición, el presidente Petro ha puesto una repentina pausa a su permanente entrega de opiniones sobre la política del mundo entero –incluidos todos los otros países que comparten fronteras con Colombia– para guardar un silencio que solo vino seguido por divagación y volteretas argumentativas. Sin una sola palabra de rechazo al fraude electoral, Petro ha hablado de la responsabilidad de bloqueos económicos en la crisis y de la necesidad de construir un acuerdo político, y envió a un delegado de su gobierno a la posesión de Maduro. Ante la vacía propuesta de un acuerdo político, debemos preguntar qué se negocia con una cúpula que incumplió todos los acuerdos previos y burló los resultados de 2024.

La ciudadanía colombiana no puede olvidar la forma cómplice en que el gobierno Petro ha avalado al tirano Nicolás Maduro y le ha dado la espalda a la oposición en su lucha por volver a la democracia en Venezuela. Tampoco los colombianos podemos perder de vista que ese es un destino al que se puede llegar desde los caminos de la demagogia, el personalismo y la vocación de cambiar todas las reglas de juego, algo que el presidente Petro buscó hacer al proponer una constituyente que, por fortuna, no llegó a nada.

Es indignante, pero no sorprendente el manejo que el gobierno Petro ha dado al fraude electoral en Venezuela, lo que constituirá uno de los episodios más vergonzosos de nuestra historia reciente. Este amargo episodio nos ha devuelto a la memoria las afinidades y simpatías del gobierno, por si alguien las había olvidado. La respuesta tan poco contundente está lejos de ser accidental y debe recordarnos una cosa: lo cerca que Petro estuvo y está ideológicamente a Chávez.