Sabemos que todos los procesos patológicos tienen la posibilidad de verse aliviados o empeorados según el impacto de las emociones sobre el sistema inmunitario. Unas veces empeoran cuadros clínicos al aliarse con actitudes negativas. Otras veces hacen causa común con actitudes proactivas y mejoran el pronóstico de ciertas enfermedades.

Emociones negativas, como la angustia y la depresión, con muchísima frecuencia están asociadas a más dolencias físicas de las que los pacientes aceptan. Por fortuna, los médicos están empezando a reconocerlas. Operan silenciosa y paulatinamente. Socavan las defensas inmunitarias, hasta que un día hacen su irrupción en forma de una dolencia física definida. En ese momento se hace el diagnóstico de la enfermedad y con ese rótulo, el sistema se tranquiliza pues la primera parte de la intervención médica ha culminado exitosamente.

Pero no hay motivo para estar tan tranquilos, pues camuflados detrás de manifestaciones físicas, que se habían asumido exclusivamente de origen orgánico, hay componentes emocionales latentes que no se han identificado. El diagnóstico, por tanto, es una verdad a medias, pues si bien se ha iniciado el tratamiento médico y los síntomas mejoran, se ha ignorado que en el origen del proceso patológico existían invisibles y poderosos factores emocionales, que ni el paciente había revelado, ni el sistema médico podía adivinar.

Además de la angustia y la depresión, quiero resaltar otro factor emocional de gran capacidad destructiva y características aún más difusas: el estrés.

Si este factor no se identifica, cual enemigo oportunista, seguirá al acecho esperando otra situación de emergencia para atacar de nuevo con renovados bríos.

El estrés agrava muchas patologías orgánicas de manera sutil, silenciosa y persistente. Sus consecuencias afectan el sistema nervioso central, el periférico, el cardiovascular, el respiratorio, el endocrino, el gastrointestinal, el genitourinario y el músculo-esquelético. Para mencionar los sistemas más susceptibles.

Actúa de forma solapada, crece en la oscuridad, no recibe atención y en consecuencia sus víctimas no tienen como protegerse. Está escondido detrás de una multitud de disfraces como el cansancio crónico, la irritabilidad, la tristeza, el pesimismo, y por supuesto detrás de los síntomas somáticos.

Cómo se está frente a un gran oportunista se hace necesario que cada persona haga su propio análisis, identifique las situaciones que en su vida cotidiana generan dolor psicológico, frustración o humillación y los enfrente de una buena vez.

A veces se trata de circunstancias específicas, personales o laborales, otras son las relaciones con los allegados tóxicos, desleales o ventajistas, que por temor o exceso de diplomacia se sostienen a pesar del desequilibrio que generan. Sólo actuando de una manera proactiva, se podrá impedir el círculo vicioso que ha venido propiciando en secreto muchos de los trastornos físicos, cuyo manejo ha ignorado al más importante de todos los componentes: el emocional.