Recuerdo las conversaciones sucesivas en variados escenarios en las que nos preguntábamos: ¿No seremos capaces de tener un alcalde decente, honrado, con formación, con relaciones internacionales, que genere confianza, para recuperar a Cali? En medio del escepticismo de la clase política, pero con la esperanza mayoritaria de la comunidad, ganó Alejandro Eder. Sin duda cumple con el perfil para el cargo, tiene el propósito, pero la impaciencia de la gente termina haciéndole el juego a quienes critican a Eder porque sí y porque no. Los estratos altos lo califican de ‘mamerto’ por haber estado con Santos olvidando que también estuvo con Uribe y que lo que hay que aprovechar es su experiencia en el manejo de conflictos. A su vez, los sectores populares y especialmente quienes tienen intereses politiqueros alimentan la imagen del Eder oligarca y latifundista.

Mientras tanto el gran volumen de la población, necesitados de que esta ciudad se organice y recupere su senda de crecimiento, somos espectadores y no actores en este proceso de cambio. Es momento de sumar y no de dividir y estamos cayendo en la trampa de quienes nos quieren segregar. No podemos ahora añorar la simpatía de Guerrero, la sensibilidad de Armitage, la sencillez de Villegas, el atractivo de Guzmán o la fluidez verbal de Ospina; esta ciudad de hoy, insegura y desordenada pero con gran potencial, requiere mucho más que eso y Eder tiene con qué. Por eso no cabe la apatía ni la ingenuidad de firmar revocatorias ‘chimbas’. Eder, distante por su temperamento, tiene los valores. la formación y las ganas de hacer una buena alcaldía y eso es lo que necesitamos.

La otra apatía, entendida esta como la ausencia de preocupación que lleva a la inacción, es frente al futuro del país con base en lo que nos señala el reciente golpe de Estado dado en Venezuela. Trabajé en el pasado con empresarios venezolanos en Miami y por eso no me extraña el proceso Chávez-Maduro. Los empresarios siempre esperaban las reacciones de Estados Unidos, de Colombia o de la Divina Providencia. Nunca sentí su compromiso a fondo para reaccionar frente a la escalada izquierdista bolivariana, ni con financiación a la oposición, ni con estrategias de comunicación modernas o con alternativas programáticas sólidas. Creían que era una pesadilla pasajera que duraría algunas noches, jamás calcularon que sería una era, de más de una generación, que acabaría con Venezuela y convertiría a sus connacionales en indigentes que deambulan por todas las carreteras de Latinoamérica.

El reciente golpe de estado dado por Maduro al desconocer los resultados electorales y la conducta cómplice de Petro al no condenar esa decisión y en cambio, acompañarlo en la posesión a través del Embajador, es un presagio de lo que nos puede pasar en Colombia. La atornillada en el poder de Maduro, de Diosdado Cabello y de todo un establecimiento que se enriquece a través de la dictadura mientras el país se empobrece, con el soporte en las fuerzas armadas, el respaldo chino y ruso, todo se alineó para que la valiente Corina Machado y Edmundo González se quedaran con el triunfo pero sin el poder.

¿Estamos preparándonos los colombianos para dar el manejo adecuado si algo similar nos sucede?¿Harán respetar nuestras Fuerzas Armadas la Constitución colombiana? ¿El empresariado estaría preparado para un gran paro nacional con el fin de hacer valer la democracia? Y lo más importante, cuántos colombianos estamos dispuestos a acostarnos en calles y carreteras, a amarrarnos en la puertas de determinadas instituciones para salvar el país y que nuestros hijos y nietos sepan que no fuimos los cobardes qué pudiendo ser actores fuimos apáticos espectadores?