Últimamente estoy viendo muchas mujeres con el pelo blanco o mejor platinado y quiero decirles que me ha llamado la atención este nuevo look que antes era incluso motivo de vergüenza y hoy está tomando un inusitado auge.
Deduzco que pudo ser por la pandemia en que el encierro obligatorio y el pánico general les impidió ir donde el psicólogo -diré el peluquero o peinador- y claro, el cabello o mejor el pelo, fue retomando su color real y muchas han decidido ser dijéramos más auténticas (?) y les queda requetebién aunque a algunas, Dios mío, se les notan los inocultables calendarios.
Y es que paradójicamente pintarse el pelo es lo más natural en ellas. O se lo aclaran o se hacen hacer rayitos o iluminaciones para verse más atractivas o se los oscurecen y se los pintan de acuerdo a su estado de ánimo. Uno nunca sabe el porqué.
Las hay pelinegras que se volvieron monas, o pelicastañas que se tornaron pelirrojas o pelichutas que se lo alisaron a lo Pocahontas o a la inversa cambiándose de paso el color y las hay que le echan betún negro al pelo y que les queda ala de cuervo. Y las hay que se vuelven rubias incluso las llamadas rcn (averígüense por qué), como también las pelicafes oscuro, las pelicastañas, las pelirubias y sigue la paleta de colores. Pero, ¿peliblancas, cómo así?
Creo que la primera mujer que vi pelocanosa fue a la abuela Misia Fífi (con tilde en la primera i) que le quedaba muy bien con sus ojazos azules y luego mi madre -hoy 29 años de su partida-, color que heredé desde mi ya lejana primera juventud, y pare de contar.
Muchos años después María Nelly Álzate, unas se las mandamases de Comfandi lucía encantadora con su pelo blanco con el que se sentía orgullosísima y otra señora muy enseñoreada que finalmente entró a la moda de los tintes y se me volvió irreconocible.
Pero de la pandemia para acá el peliblanquismo está ganando espacio y como lo escribí al comienzo a unas se les ve muy bien y a otras, ¡no, por favor!
Pero hablemos de las primeras: saludé una exreina del Valle, reina para mí eterna, con ocasión de la muy sentida muerte de su padre, y oh sorpresa: está pelicanosa, con un donaire y una distinción propias de su elegancia y, a pesar del dolor que entonces le afligía, era imposible disimular su belleza que en los momentos más tristes aflora con más ternura.
Consultado un psicólogo, perdón, un estilista -que llaman ahora- me afirmó que crece la cantidad de peliblancas y por ende de sus admiradores.
Tengo también una amiga que vive desde hace muchos años fuera de Cali que se dejó el pelo un tris blanco y no perdió con ello la lindura que siempre le caracterizó.
O sea pues que, bienvenidas las peliblancas, las peliplateadas, las pelicanosas quienes junto con las que tienen el pelo del color que les da la gana y que también les luce muy chic.
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Posdata. Gocé escribiendo este Sirirí.