Uno de los elementos más importantes de la Carta Magna, firmada entre los barones ingleses y el Rey Juan ‘Sin Tierra’ en 1215, fue obligar al monarca a consultar antes de decretar y recaudar impuestos. Aquí nació la separación de poderes.

Ahora, la fuerza de este documento, antecesor a todas las Constituciones y transcurridos más de ocho siglos, llegó a sentirse en Colombia cuando las comisiones económicas conjuntas de Cámara y Senado, le negaron al presidente Gustavo Petro su Ley de Financiamiento, con la que pretendía recaudar 9,8 billones de pesos.

Fue un momento histórico donde el Congreso de la República marcó distancia, y de qué manera, sobre las pretensiones alcabaleras y desaforadas de un gobierno corrupto y derrochón.

La reacción del gobernante no se hizo esperar y fue bastante predecible: se convirtió en víctima por enésima vez de una ‘clase política tradicional’ que decidió ‘darle un golpe profundo a la economía nacional y al pueblo’.

No le atribuye nada a los continuos escándalos de corrupción en su gobierno, delatados por su círculo más íntimo, ni a la pérdida de cientos de miles de millones de pesos de recursos dirigidos a la población más vulnerable, hechos denunciados también por cercanos colaboradores.

Lo más increíble es que, como dice un buen amigo, tienen $ 500 billones en el presupuesto, pero precisamente en los $10 billones que le negaron, era donde estaban los recursos de la comida de los niños, el cuidado de los ancianos, la atención de pacientes con cáncer, el bienestar de las Fuerzas Armadas, etc. Es decir, lo más crítico es lo que dejaron al vaivén de una reforma tributaria, que sabían pendía de un hilo. Eso no solo los hace irresponsables sino insensibles.

Por otro lado, el exministro José Manuel Restrepo nos relata cómo, entre el 2022 y el 2024, el presupuesto de la nación aumenta en $150 billones, incrementándose anualmente en 20 %, mientras los gastos de funcionamiento en ese lapso aumentan en $ 100 billones, con incrementos anuales del 23%.

Frente a este derroche desaforado, era obvio que tenían que crecer la deuda pública; pero no por lo que supuestamente dejó Duque, sino por el desastre presupuestal que ellos mismos construyeron desde el primer día de su caótico gobierno.

Al final, el país pudo esquivar el golpe y evitar que el gobierno accediera a la caja que estaba esperando para aceitar la maquinaria de las elecciones del 2026.

Y hablando de esas elecciones, nos queda una lección importante y es que precisamos elegir congresistas con principios y carácter. ¿Qué hubiera pasado en la Comisión Tercera de Cámara sin parlamentarios como Christian Garcés y Óscar Darío Pérez? ¿Qué hubiera pasado en la Tercera de Senado sin el liderazgo de Miguel Uribe?

Sin hablar de las docenas de valientes congresistas que dentro y fuera de las comisiones económicas movilizaron la opinión y sus votos para lograr derrotar esta nefasta iniciativa.

Por todo esto, el sistema de pesos y contrapesos, así como la separación de poderes, son piezas fundamentales del engranaje democrático. Pero para ello necesitamos que, independiente de quién comande el poder ejecutivo, en el legislativo tengamos personas pensantes, con liderazgo y con sentido patriótico.