La Cumbre Mundial de Biodiversidad (COP 16), en octubre próximo, representa una oportunidad extraordinaria para que Cali dinamice su economía, justo en un año en el que la actividad productiva en Colombia muestra preocupantes señales de desaceleración.
Los doce días de duración del evento implicarán una inversión inicial de US$3,5 millones, pero generarán un impacto adicional de unos US$19 millones en negocios de servicios logísticos, turismo y comercio. Será una ‘inyección’ de casi $88.000 millones para la economía local, que beneficiará especialmente a los sectores de hotelería, transporte y gastronomía, generando más de 3700 empleos.
Se estima que la ocupación hotelera en Cali alcanzará la cifra histórica de 84 % en octubre y llegará a un 99 % durante el evento. Por lo cual ya el Ministerio de Ambiente anunció que gestionará posibles medidas de alivio tributario para este sector, con el fin de asegurar todas las inversiones necesarias para fortalecer la oferta de alojamiento local.
Pero, más allá de ese impacto positivo en la economía, la COP16 también implica un enorme reto para la sociedad caleña: hacer que un evento coyuntural se convierta en el detonante de un cambio estructural en Cali.
No hablamos de algo etéreo, desconocido o imposible de alcanzar. Eso mismo -lograr que nuestra sociedad y nuestra mentalidad cambiara para siempre a partir de un breve momento de la historia- fue lo que hicimos hace 50 años, cuando realizamos los Juegos Panamericanos.
Fue allí cuando se sembró la semilla que nos permitió posicionarnos también como ‘Capital Deportiva de Colombia’ y lo que después transformó a todo el Valle del Cauca en la tierra de campeones que ha conquistado las dos últimas ediciones de los Juegos Nacionales.
La COP16 no puede pasar a la historia solo como un evento que impulsó transitoriamente la economía local, sino como un momento en el que se partió en dos la relación de los caleños con la naturaleza.
Debemos aspirar a que las generaciones futuras cuenten que, a partir de ella, Cali se convirtió en una ciudad consciente de la enorme riqueza de su biodiversidad y de la responsabilidad de cada ciudadano para protegerla.
En ese sentido, los anuncios hechos esta semana por las autoridades nacionales y locales, sobre los preparativos de la Cumbre de Biodiversidad, son esperanzadores. Convertir a Cali en una enorme ‘aula ambiental’ durante los próximos meses, realizando actividades en todos los barrios para que los caleños aprendan a aportar al cuidado del planeta desde sus hábitos cotidianos, es el camino para lograr esa trascendencia que planteamos. Y más importante aún es que se haya decidido formular un Plan Maestro de Protección de Biodiversidad, financiado por el Ministerio de Ambiente, para cuidar toda nuestra riqueza natural.
Pero a esas acciones es preciso sumar otras urgentes para corregir fallas que no podemos permitirnos como anfitriones de la COP16. Un plan para atender el problema de la invasión de basuras es prioritario. Y también, poner nuevamente a andar el Dagma. No puede ser que el principal responsable de la gestión ambiental local esté casi paralizado. Vamos muy bien para la COP 16, pero nos queda mucho por hacer.