La glucosa es un azúcar simple que actúa como la principal fuente de energía para el organismo humano. Es esencial para el funcionamiento adecuado de las células y tejidos, y su regulación es crucial para mantener un equilibrio metabólico óptimo.
Se puede definir como un carbohidrato simple que se encuentra en muchos alimentos, especialmente en el pan, el arroz, las papas, las frutas y los dulces. Cuando se consumen alimentos que contienen carbohidratos, el cuerpo descompone estos azúcares complejos en glucosa para que pueda ser absorbida por el torrente sanguíneo y transportada a las células de todo el cuerpo.
El organismo está diseñado para mantener los niveles de glucosa en sangre dentro de un rango estrecho, ya que tanto niveles bajos como altos pueden tener efectos negativos en la salud. Estos se miden en miligramos por decilitro (mg/dL) o milimoles por litro (mmol/L). Los valores considerados normales pueden variar, pero en general, se considera que los registros en ayunas (antes de las comidas) están dentro del rango de 70 a 99 mg/dL (3.9 a 5.5 mmol/L).
Después de las comidas, los niveles pueden aumentar temporalmente y normalmente deben estar por debajo de 140 mg/dL (7.8 mmol/L) para ser considerados adecuados.
Los registros altos de glucosa, conocidos como hiperglucemia, se dan por factores como la ingesta excesiva de carbohidratos, la falta de actividad física, la resistencia a la insulina o la diabetes. En la diabetes tipo 2, las células pueden volverse resistentes a la insulina, lo que lleva a un aumento de los niveles de glucosa en la sangre.
Por su parte, cuando la glucosa es baja (hipoglucemia), hay un exceso de insulina en el cuerpo, una ingesta insuficiente de carbohidratos, ejercicio extenuante o una enfermedad que afecta el equilibrio metabólico. La hipoglucemia puede provocar síntomas como mareos, sudoración, temblores y en casos graves, incluso pérdida del conocimiento.
Debido a la importancia para la función metabólica, muchas personas buscan mantener en niveles óptimos la glucosa en el organismo, razón por la cual acuden a diferentes productos y preparaciones que pueden servir para alcanzar esta meta y entre ellos está el jengibre.
Estudios en animales y otros en humanos han sugerido que el jengibre puede mejorar la sensibilidad a la insulina, lo que significa que las células pueden responder mejor a esta y permitir una mayor entrada de glucosa para su uso como energía.
De igual manera, se ha observado que ciertos compuestos presentes en el jengibre pueden inhibir algunas enzimas intestinales que descomponen los carbohidratos, lo que ralentiza la absorción de glucosa en el torrente sanguíneo después de las comidas. Entre sus usos para estos fines están:
- Agua o infusión: para preparar agua de jengibre simplemente se pela y corta una raíz fresca en rodajas o trozos pequeños y se agrega a una taza de agua caliente. Se deja que el jengibre infusione durante unos minutos y luego se cuela el líquido antes de beberlo.
- En polvo: el jengibre en polvo se puede agregar a batidos, licuados, sopas o guisos para obtener su sabor y beneficios. También se puede espolvorear un poco de sobre las comidas.
- Fresco en recetas: El jengibre fresco se puede rallar y agregar a platos salados o dulces como ensaladas, salteados, salsas, pasteles o galletas.
Es importante destacar que, aunque el jengibre puede ser beneficioso para algunas personas en la regulación de los niveles de glucosa en la sangre, no debe considerarse un reemplazo para el tratamiento médico convencional, especialmente para personas con diabetes u otras condiciones médicas de base.
También, es preferible comenzar con pequeñas cantidades de jengibre y observar la reacción en el cuerpo con el fin de evitar reacciones alérgicas o negativas.