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LITERATURA COLOMBIANA

Publican nueva edición de 'La casa grande', la única novela de Álvaro Cepeda Samudio

La clásica novela de Álvaro Cepeda Samudio, publicada originalmente en 1962, vuelve a las librerías en una nueva edición de Panamericana Editorial. Oportunidad para releer una obra sobre un momento histórico de Colombia, que brinda luces sobre la convulsa realidad actual.

28 de junio de 2021 Por:  Mauricio Palomo Riaño, especial para Gaceta
Álvaro Cepeda Samudio (1926 - 1972), fue uno de los escritores más destacados del Grupo de Barranquilla, al que también perteneció Gabriel García Márquez. | Foto: Foto: Especial para Gaceta

Los diálogos entre soldados del Ejército Nacional dan la apertura a una trama de la que ya en la primera página presagiamos la masacre. ¡Triste! Álvaro Cepeda Samudio es escueto y gráfico, no se guarda absolutamente nada. ‘La casa grande’ es una novela que alumbra un acontecimiento en el que las instituciones que juraron proteger fueron quienes asesinaron, la absurda paradoja. El escritor barranquillero es recursivo en el tejido, combina conversaciones y narración, contextualizando con esto último la apuesta de esos diálogos, dotados de una verosimilitud evidente en la novela.

Una prosa cargada de disyuntivas; un soldado ignorante que solo sigue ordenes, otro reflexivo al que le cuesta el cumplimiento de las mismas, y que termina desertando, unos superiores marionetizados que miran el cadáver como una cifra y un alivio, y un pueblo que solamente se atrevió a reclamar por lo justo, para terminar masacrado en la tierra con la que soñaron. No puede ser más desesperanzador el marco de fondo de una obra literaria que, además termina siendo un documento histórico. La mecánica de la guerra, y el pueblo, de un bando o del otro, sumando los muertos.

En ‘La casa grande’ asistimos como lectores a unos trucos del oficio de escritor con los que Cepeda Samudio nos prepara la masacre. Lo predecible no le resta belleza a la prosa, al contrario, en eso radica el gran logro de la trama. En la obra de Cepeda el qué es desplazado por un impotente por qué, y en esta última pregunta está la cepa del pasado vergonzoso de unas instituciones podridas que han demostrado a través del tiempo estar más a favor de los que detentan el poder que del pueblo que se sigue desangrando, por una razón o por otra.

El autor, desde su voz narrativa es prospectivo, desarrollando brutales porvenires con la muerte y lo terrible. Tiene mucho esta prosa de poesía trágica. Y la pregunta empieza a flotar en la medida que el lector avanza entre las paginas, que parecen impregnadas de banano y sangre. ¿Por qué los mataron, si no tenían armas? La novela sabe desnudar uno de los acontecimientos históricos en Colombia más tristes y oprobiosos de su larga cronología de cicatrices, que por pura dignidad debe seguir habitándonos la memoria.

En esta segunda edición que hace Panamericana Editorial, se demuestra que es en el interior de los pueblos y en la literatura donde podemos seguir recordando la barbarie y la mancha de las instituciones que a veces la misma historia no deja traslucir, por razones de conveniencia y arbitrio.

Cepeda Samudio transita por las diversas formas de narrar y lo hace de una manera realmente magistral alrededor de un absurdo juego, macabro en sí mismo, que nos hace de una manera estúpida acabarnos entre nosotros mismos, “el odio del pueblo se sigue metiendo en la casa como un olor caliente y salobre”. Narración que va cobrando inusitada fuerza a medida que avanzamos páginas y la potencia de los muertos nos siguen rondando, presentes.

El narrador va contándonos la historia de la masacre de las bananeras capítulo tras capítulo desde la particularidad de cada personaje envuelto en el acontecimiento histórico. Un solo hecho narrado desde distintos lugares de enunciación. Se trata, pues, de un perspectivismo magistral.

Además de todo lo anterior, la construcción de una atmosfera, de un espacio en el que la precariedad se respira; su arquitectura vieja, ajada, un pueblo muerto, un clima espeso y toda la idiosincrasia de los jornaleros, su configuración, su accionar, sus dinámicas, que se desarrollan en la ubicación de un pueblo descrito desde un paisaje inmensamente triste.

La ley oficializada en documento es la señal del “Disparen”. La muerte del otro amparada por la jurisprudencia. El artículo 3 del decreto es el derecho de la institucionalidad para producir la masacre impune, una de las máximas canalladas del estado en nuestro país, Colombia, a la que ya no se sabe a esta altura donde le caben tantas heridas en la piel. El pueblo desnudó su pecho ante las balas, siempre poniendo los muertos. Así funciona.
Cepeda Samudio, en una narración impersonal, construye un sistema de personajes indefinido, trabajando prototipos, que, al no recibir nombres ni nominaciones específicas, lo deja planteado todo como generalidad. Es un recurso magnífico para que sigamos recordando el hecho. Esto no tuvo que ver con individuos particulares, fue Colombia entera la que quedó manchada. Sin personajes específicos la novela se posiciona en el tiempo, es trascendente.

El pueblo aguarda las balas que ya se sienten zumbando en el aire. Aguarda el pueblo como aguarda el lector desde la primera línea lo que ya sabe que pasará. El florero de Llorente es el falso rumor para alumbrar la bala. Empieza la novela a fragmentarse, las páginas quedan a merced de las órdenes militares.

Existe al interior de la obra una página fatídica, la del fuego que ya no se pudo mantener dentro de los fusiles, la de los cuerpos que empiezan a vestirse de pólvora y sangre. “¿Partir desde la primera herida, desde el primer remordimiento, desde el primer disparo, desde la primera venganza, para llegar otra vez desconcertado a otro cuerpo voluntaria y sosegadamente muerto? Yo estoy cansado”.

Hay una similitud evidente, determinada por influencia o por contemporaneidad, de García Márquez en esta prosa, muchas páginas están impregnadas de ello.

Cepeda Samudio escribe poéticamente la tristeza. “Si alguna vez fuimos alegres ya no lo recuerdo. Y ahora sé que ya nunca lo seremos… ¿Paz? ¿Tú crees que podemos tener paz mientras ese montón de sangre extraña, puerca, la ahoga por dentro?”. No es el tiempo lo que destruye, es el odio.

Novela polifónica que trabaja los recuerdos, los sueños y ese triste crecer hacia la muerte. Escrita entre lenguajes sugerentes y explícitos, ‘La casa grande’ nos va desentrañando una masacre, un acontecimiento histórico que se revela frontal a la par de alegórico. Colombia en su interior alberga muchas casas grandes en su larga cronología de sangre y violencia. Tenemos por ellas tantas heridas en la memoria.

Todavía están atragantadas “las preguntas, que se siguen aplazando porque fue más apremiante la tarea de reconstruir y restañar lo que un militar abyecto había tratado de abatir y desangrar”. El cobarde no es el que se levanta porque se cansa de la injusticia. Las instituciones son las cobardes, porque ven en las masacres la única manera de vencer el miedo, que es asesinando a quienes se lo producen. Ni siquiera los cadáveres del otro bando las hacen ganadoras de la historia. El pasado y el presente les sigue contando de su derrota.

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