Cultura
Las historias sobrenaturales de Colombia y el mundo reunidas por la periodista y escritora Mado Martínez en su nuevo libro
La escritora española Mado Martínez compila en su nuevo libro, ‘Misterios del mundo’, las historias y testimonios sobre hechos inexplicables que ha investigado alrededor del planeta, incluyendo historias enigmáticas de Colombia.
Por L. C. Bermeo Gamboa, reportero de El País
Cuando una persona afirma haber visto un fantasma, existen dos opciones, tildarla de demente y pedirle que se calle, o sentarse a escuchar su relato, porque esa historia, la creamos o no, tiene importancia para su vida. Como comprueba la escritora y periodista Mado Martínez en su más reciente libro, ‘Misterios del mundo, viaje al centro de lo insólito’, no todas las historias de fantasmas son de miedo, detrás de muchas hay verdadero amor, y pueden revelar verdades profundas.
Mado Martínez, nacida en España y radicada en Colombia, es una de las periodistas de temas sobrenaturales más reconocidas en hispanoamérica, sus libros son devorados por aficionados y curiosos del misterio. Entre ellos se encuentran “bestsellers” como ‘La prueba’, una minuciosa investigación sobre ECM (Experiencias Cercanas a la Muerte); ‘Colombia sobrenatural’ en la que recorre todo el país cumulando testimonios sobre algunas leyendas y sucesos enigmáticos, como los supuestos contactos alienígenas en la laguna de Guatavita, las historias del restaurante La Bruja en Cartagena, los suicidas del Tequendama, los milagros y maldiciones del Cementerio Central de Bogotá, entre otras.
En ‘Misterios del mundo’, Mado Martínez aborda con múltiples testimonios, documentos de archivo y rigor científico, hasta donde es posible, casos de procesiones espectrales, hombres de las sombras, vampiros, estigmas de Cristo, casas embrujadas, niños criados por animales, y matrimonios entre vivos y muertos.
Una mañana calurosa de octubre, desde Bogotá, la escritora habló de cómo lo sobrenatural siempre ha sido una forma del realismo mágico.
—¿De dónde viene su interés por los temas sobrenaturales? ¿Por qué decidió dedicar su vida a investigar sobre los misterios del mundo?
Cuando era pequeña me encantaban los libros de misterios, las historias de fantasmas, de vampiros, de cosas así, aunque era muy miedosa. Crecí en un pueblo muy pequeñito, en Monforte del Cid, en la provincia de Alicante, donde mis amigos y yo salíamos casi todos los días en bicicleta a recorrer el pueblo y los alrededores. Recuerdo que nuestro hobby favorito era contarnos historias de miedo y, a veces, buscábamos casas abandonadas, y cada vez que lográbamos entrar, de inmediato salíamos corriendo, eso fue entre los 8 o 9 años. Pero la primera vez que yo leí un libro sobre experiencias cercanas a la muerte, por ejemplo, cuando tenía como 11 años, quedé fascinada por el tema. De modo que siempre me he sentido atraída por ese tipo de fenómenos y, poco a poco, mi gran pasión por las historias y mi interés por los sistemas de creencias, hicieron que fuera decantándome por el estudio de la filología, luego la antropología, que se compaginaron en mi trabajo como periodista, especializado en reportajes para revistas de misterio, como Año Cero y Muy Interesante, entre otros medios. Todo eso fue indicándome por dónde iba a seguir.
—A nivel periodístico, ¿cómo resolvió el dilema entre la objetividad, el rigor científico y los testimonios de personas que aseguran haber tenido experiencias sobrenaturales?
Lo manejo de la siguiente manera, aunque yo no creo en fantasmas, creo en las personas que han visto un fantasma, que son cosas muy distintas. Al final, lo que valoro son los testimonios de las personas, para mí eso es sagrado, cada uno de esos relatos pertenece al patrimonio oral de la humanidad. Las historias de la gente son experiencias muy valiosas desde el punto de vista psicológico, antropológico, incluso si no tenemos pruebas contundentes o evidencias científicas, porque dicen muchísimo de cómo somos los seres humanos y de cómo es la humanidad, de cómo lidiamos con el miedo, con el dolor, con el trauma, con la pérdida. Así que no podemos despreciar las historias de fantasmas, casas embrujadas, lugares malditos, cada cosa es una manifestación de condiciones muy humanas.
—¿Qué pueden enseñarnos las historias de fantasmas sobre nosotros mismos?
Siempre hay tres tipos de fantasmas, según la espectrología, que de hecho nos dicen muchísimas cosas a nivel social. Hay el fantasma que tienen algo muy importante que contarnos, el cual está relacionado con la memoria histórica. De este tipo, se han conocido historias de los desaparecidos en la dictadura de Argentina. Hay el fantasma o la entidad que te genera la sensación de que no debes estar ahí, quizá porque el lugar está construido en un antiguo cementerio, o porque ha pasado algo aquí que debemos recordar. También tenemos otro tipo de fantasma, que es muy conmovedor, es el que te dice, “estoy aquí, estoy bien, estoy contigo”, al final, más que de miedo, estas son historias muy bonitas y son historias de la gente, de sus seres queridos.
En este sentido, ‘Misterios del mundo’, más que un libro de fantasmas es un libro de personas, no de fenómenos sobrenaturales, que lo es también, pero ante todo es un libro sobre cada una de las personas que me contaron su historia.
Yo, adicta a las historias, creo que todos los testimonios son valiosos y tienen algo que nos invita a seguir investigando y descubriendo que hay detrás, pero siempre con rigor y cabeza fría, a pesar del estremecimiento.
—¿Cómo descubre estas historias? ¿Hay alguna en particular que la haya conmovido?
La forma en la que llegan las historias es a través de la gente, normalmente, pero en algunos casos surgen de una labor de documentación e investigación de hemeroteca, porque no siempre he tenido la oportunidad de poder hablar vis a vis con las personas. A lo mejor los hechos sucedieron en 1920 o en 1850 o en el siglo XVI, por lo que, en estos casos, es importante una labor de recopilación de datos históricos. En la actualidad, las historias te llegan a través de las personas, de gente que conoce a otra gente o que te presenta otra gente y así…
Entonces, lo que hago es acudir a hablar con esa persona, esté donde esté, dentro de los límites y mis posibilidades. Hablo con esas personas, las entrevistó y recorro, si es posible, los lugares con ellos.
En Colombia, por ejemplo, una de las historias más bonitas que yo investigué es la Dama Blanca de la antigua Aduana de Barranquilla, en el archivo del Atlántico. Es una historia preciosa sobre una dama que los trabajadores del archivo han visto en sucesivas ocasiones, recuerdo que el director del archivo me contó con mucha delicadeza, que él la había visto varias veces, y que la dama siempre lleva unos papeles, que a lo mejor había llegado al archivo por unas cajas con legajos y actas notariales. Así han ido construyendo esta historia, también dicen que la dama llegó con los papeles porque hay algún legajo, hay algo importante para ella en el lugar, o que lo está custodiando, o que necesita saber algo, y que por eso todavía ronda el lugar.
—Entre los diversos temas de ‘Misterios del mundo’, hay uno en el que coinciden muchos testimonios, los llamados “hombres de las sombras”. ¿Por qué son tan comunes?
Los hombres de las sombras son probablemente una de las presencias más reportadas por la población, son muy inquietantes y tenebrosas. Hay cuatro tipos de hombres de las sombras, como especifico en el libro, un tipo son los que la gente asegura haber visto o reconocido entre la penumbra, otros más definidos son como el hombre del sombrero rojo, o el señor de los ojos negros. Al parecer son entidades que se alimentan de tu miedo, la mayoría de las veces tienen una connotación negativa, porque te acechan, te vigilan, incluso te persiguen y suelen espantarte.
Solamente hay un tipo de sombras que parecen ser benignas, que están ahí para acompañarnos. Son las que te dan seguridad, que cuando las sientes ahí es porque todo está bien, mientras que de los otros siempre he escuchado testimonios de terror y pánico.
Por ejemplo, en los hospitales hablé con enfermeros que me decían, “mira, es muy común, cuando los pacientes salen de una operación quirúrgica o despiertan de una, nos dicen que todo el rato vieron a un señor de sombrero negro”. A otros no les hace falta estar en el hospital. Recuerdo el otro día en el SOFA (Salón del Ocio y la Fantasía, evento anual en Bogotá), cuando una chica colombiana me dijo que ella, en su pueblo, una vez salió de la finca y fue a la marranera, cuando de repente vio a esa sombra, al señor del sombrero, que la estuvo persiguiendo. Otra chica, de Barranquilla, contó cómo esa sombra la había estado siguiendo por toda la casa y ella la enfrentó, y empezó a perseguir a la sombra.
Este tipo de testimonios son muy comunes, tanto que si nosotros nos reuniéramos en un grupo con mucha gente y preguntáramos quién ha visto un hombre sombra, o al señor del sombrero, más de uno tendría algo para contar, porque parecer ser el fenómeno paranormal más fácil de captar. Vayas donde vayas, a Bulgaria, España, Colombia, México, Reino Unido, vas a encontrar ese tipo de testimonios. Hay libros enteros dedicados a este tipo de fenómenos, yo, en concreto, estuve entrevistando a Jason Offutt, quien de pequeño vio una de estas sombras, y ahora es uno de los máximos investigadores sobre las tipologías de hombres de las sombras. Y debo confesar que yo vi uno, al señor de los ojos rojos, antes de saber que existían los hombres de las sombras, y luego, cuando me encargaron en la revista Año Cero hacer un reportaje sobre el tema, dije, “Dios mío esto me pasó”. Al respecto hay muchas teorías, desde el punto de vista de los campos electromagnéticos, la neurociencia y la espectrología.
—¿Cuál es su posición ante las historias sobrenaturales?
Simplemente tengo la curiosidad de recoger testimonios, investigar y contrastar. Expongo las teorías científicas y las de corte sobrenatural para los misterios del mundo, dejo siempre todos los puntos de vista. Y eso hace que me peguen bofetadas de un lado y de otro, porque los crédulos me llaman escéptica y los escépticos me llaman crédula, siempre estoy intentando caminar por en medio, de mantener el equilibrio y no caerme.
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